Sr. Director:
Veremos qué pasa en los próximos meses. Pero, sin duda, la expansión del coronavirus ha puesto de relieve la necesidad de mirar con nuevos ojos la relación humana con la creación. Ciertamente, es más necesaria que nunca esa ecología integral, porque la salvaguardia y el desarrollo del planeta es responsabilidad de todos. Sin las exageraciones y radicalismos de la deep ecology.
Si la sociedad actual es muy compleja, no lo son menos las cuestiones relativas al medio ambiente y al clima. Se resisten a estereotipos y soluciones simplistas. Pero importa mucho asentar con firmeza los grandes principios, doctrinales y operativos. El reciente documento vaticano se inscribe en ese contexto: aunque terminó de redactarse antes de la pandemia, la situación actual confirmaría el mensaje principal de la Encíclica: todo está conectado, no hay crisis separadas, sino una única y compleja crisis socio-ambiental que requiere una verdadera conversión ecológica.
Entiendo que no guste a todos esa expresión -conversión ecológica-, por el riesgo semántico de minimizar el sentido de la metanoia radical exigida por el encuentro personal con Cristo. Pero no se puede olvidar el impulso cósmico reflejado en el exaltatus fuero a terra, de Juan 12, 32. Se impone ir al fondo, sin entrar en discusiones lingüísticas, como la de quien critica la invocación Solacium migrantium, por ser ajena al “vocabulario de la Iglesia”, cuando, sin ir más lejos, aparece en varios pasajes de la constitución Gaudium et spes del Concilio Vaticano II, concretamente el n. 84: a propósito de los lazos de mutua dependencia entre los ciudadanos y los pueblos de la tierra, señala la necesidad de un ordenamiento mundial al servicio del bien común universal.