Decíamos ayer que las apariciones de la Virgen y San Pío X (1903-1914) se relacionan con el modernismo. Y prometíamos, en el artículo del martes pasado, hablar en el de hoy de San Pío X, puesto que el próximo miércoles día 21 es su festividad.

También se celebran más cosas el día 21 de agosto, y alguna hasta me afecta, pero de eso -¡Oh, inefable Remigia!- no vamos a hablar porque entonces se nos pasaría y hasta se nos podría quemar el arroz.

El 80% del total de las apariciones de la Virgen, reconocidas por la Iglesia, se han producido en los siglos XIX y XX. De una de ellas, la aparición de la Virgen del Olvido, Triunfo y Misericordias a Sor Patrocinio, escribí el martes pasado.

Ahora bien, si Dios es el Señor de la Historia, como afirmara San Juan Pablo II (1978-2005), no puede permitir que su Madre desentone en el curso de la Historia. Por lo tanto, sus apariciones, además de una finalidad religiosa, también han de tener un sentido histórico, porque ni Dios ni la Virgen María hacen cosas raras ni vanas.

Por ese motivo, cuando comienza la Edad Contemporánea, con la Revolución Francesa (1789), la Virgen María se aparece de manera diferente a como lo ha hecho hasta entonces. Desde hace dos siglos ha bajado del Cielo en tantas ocasiones, no tanto para comunicar algo a unos videntes de modo particular, sino más bien para utilizar a esos videntes como intermediarios para transmitir mensajes a todos sus hijos. De manera que en cierto modo se podría afirmar que durante los siglos XIX y XX, y lo que va del actual, la Virgen María se nos está “apareciendo” a todos nosotros. Así pues, algo habíamos estropeado sus hijos, que obligaba a la Virgen a actuar de un modo diferente a como lo había hecho hasta entonces.

Las continuas apariciones de la Virgen durante la Edad Contemporánea no son otra cosa que la solicitud materna de Santa María… cuando el modernismo hizo y hace imposible el perdón de Dios. Entonces la Virgen es el único y el último recurso. Porque el modernismo, en resumen, consiste en edificar la Iglesia utilizando como cimiento el pecado contra el Espíritu Santo, el pecado que no tiene perdón, al introducir el concepto de autonomía del hombre en el ámbito religioso.

Si los ilustrados hicieron triunfar la concepción del hombre como ser autónomo en el ámbito civil, fueron los modernistas los que introdujeron ese mismo concepto de autonomía en el ámbito religioso, de manera que si ellos podían llegar a admitir que fue el Espíritu Santo quien sostuvo a la Iglesia hasta su llegada, a finales del siglo XIX y principios del siglo XX, a partir de entonces propusieron que tenía que ser el criterio de los hombres quien dirigiera la Iglesia, al margen del Magisterio y de la Tradición. Y a esto es a lo que yo llamo construir la Iglesia utilizando como cimientos el pecado contra el Espíritu Santo.

Ciertamente, los herejes acostumbran a abandonar la Iglesia, pero los modernistas, que son de lo peor que se despacha en herejía, se empeñan en quedarse dentro. Pero hay que reconocer que San Pío X tuvo una claridad por encima de lo común para medir las magnitudes del modernismo, además de una gran valentía para dictar toda una serie de medidas disciplinarias para atajar el problema. Quizás en aquel momento, nadie como él supo darse cuenta de las consecuencias del modernismo de principios de siglo, cuyos efectos siguen todavía activos a día de hoy.

¡Cuántos católicos hoy día son modernistas sin saberlo! Pero, en su ignorancia, causan un daño inmenso al Cuerpo Místico de Cristo. Y eso los que no son conscientes de que son modernistas, con que los modernistas que saben que lo son… Estos segundos suelen ser clérigos y laicos asimilados, incrustados en las instituciones eclesiásticas. 

Cuando el modernismo hizo imposible le amor de Dios, Santa María se convirtió en el último recurso de la humanidad

Las distintas tendencias modernistas se pueden definir como un nuevo intento gnóstico que trata de sustituir los fundamentos doctrinales sobre los que su Fundador había edificado la Iglesia, en un afán de desplazar la fe y la Revelación como fundamento del hecho religioso y colocar en su lugar los criterios del racionalismo y de la ciencia positivista. En suma, el modernismo subordina la fe a lo que los modernistas denominan formulaciones de los tiempos modernos, que por ser contradictorias a la fe acaban modificando el depósito entregado por Jesucristo.

El círculo de los modernistas fue muy reducido, realmente eran muy pocos y estaban muy localizados, todos ellos eran clérigos entre los que destacaban el sacerdote Alfred Firmin Loisy (1857-1940) en Francia, el jesuita George Tyrrel (1861-1909) en Inglaterra o el profesor del seminario romano Ernesto Buonaiuti (1881-1946) y el sacerdote italiano Romolo Murri.

Lo propio de los seguidores del modernismo es permanecer dentro de la Iglesia, pues el modernista considera que es su misión reformar la Iglesia de acuerdo con su propio pensamiento. Así, por ejemplo, el modernista en su concepción dialéctica concibe la coexistencia como tesis y antítesis de una Iglesia institucional y otra carismática, la primera tradicional y la segunda progresista, gracias a cuyo enfrentamiento surge el avance; naturalmente en dicha concepción el modernista es el representante de los carismas y del progresismo.

De aquí, que para ellos no solo no fuera compatible, sino necesario realizar una crítica contra los fundamentos mismos de la Iglesia y permanecer a la vez dentro de su seno. Por eso, la estrategia modernista para evitar una excomunión no utiliza enfrentamientos directos, ni hace afirmaciones tajantes o esconde su personalidad firmando sus publicaciones con seudónimos, como el de Hilaire Bourdon que fue el utilizado por Tyrrel. Como estratega, nadie tan habilidoso como Buonaiuti que se las arregló para mantenerse dentro de la Iglesia hasta 1926, a pesar de haber sido excomulgado en dos ocasiones en los años 1921 y 1924.

La claridad y coherencia de San Pío X fue meridiana: la fe de la Iglesia no tiene necesidad de adaptarse a nada, por cuanto la plenitud de los tiempos se había producido ya con la revelación de Jesucristo, Dios hecho hombre. Partiendo de este principio básico que salvaguardaba el depósito entregado por Jesucristo, San Pío X denunció los objetivos de los modernistas mediante el decreto Lamentabili (3-VII-1907), expuso de un modo organizado la doctrina del modernismo y la condenó en la encíclica Pascendi (8-IX-1907) y además estableció toda una serie de medidas disciplinarias en varios documentos, el más importante de todos fue el motu proprio Sacrorum Antistitum (1-IX-1910).

El decreto Lamentabili condena 65 proposiciones modernistas, algunas de las cuales son estas: la fe propuesta por la Iglesia contradice la historia; la Sagrada Escritura no tiene un origen divino y debe ser interpretada como un documento humano; la Resurrección de Jesucristo no fue un hecho histórico, sino una elaboración posterior de la conciencia cristiana; los sacramentos del Bautismo y de la Penitencia no tienen un origen divino; no hay verdad inmutable y esta evoluciona con el hombre; la Iglesia por apegarse a verdades inmutables no puede conciliarse con el progreso. Y concluía, literalmente el decreto Lamentabili con la 65ª y última proposición: El catolicismo actual no puede conciliarse con la verdadera ciencia si no se transforma en un cristianismo no dogmático, es decir en protestantismo amplio y liberal.

Por su parte, San Pío X, en la encíclica Pascendi, además de indicar los remedios contra la crisis modernista, retrata tres figuras: la del filósofo modernista, la del creyente modernista y la del teólogo modernista. El filósofo modernista por fundamentar sus ideas en el agnosticismo y reducirse a lo fenoménico, acaba por afirmar el principio de inmanencia vital, según el cual Dios es un producto de la conciencia que el sentimiento de cada uno engendra; así las cosas, la conciencia religiosa, es decir, el "sentimiento" religioso de cada uno se erige en autoridad suprema, por encima por supuesto del magisterio y de la autoridad de la Iglesia. El creyente modernista debía limitarse a elaborar en su interior su experiencia de lo divino, las creencias por lo tanto se identifican con las experiencias singulares.

La diferencia entre el hereje y el modernista es que el segundo no abandona la Iglesia: para fastidiar desde dentro

Por último, se refería el Papa al teólogo modernista que, por partir del principio de que Dios es inmanente al hombre y que en consecuencia, la autoridad religiosa no es sino la suma de todas las experiencias individuales, sostiene que la autoridad eclesiástica debe regirse por criterios democráticos. Este radicalismo religioso, inmanentista, individualista y subjetivo de los modernistas, que vaciaba completamente de sentido a la Iglesia, era condenado por el Sumo Pontífice, por ser el modernismo —según se lee en la Pascendi— el conjunto de todas las herejías con capacidad para destruir no solo la religión católica, sino cualquier sentido religioso, por cuanto los presupuestos del modernismo cimentan, en definitiva, el ateísmo.

Así las cosas, no había posibilidad de entendimiento y solo cabían el rechazo firme de tales planteamientos y las medidas preventivas. En este sentido el motu proprio Sacrorum Antistitum exigió prestar el juramento antimodernista a los profesores de disciplinas eclesiástica y a los clérigos. Dicho juramento contenía una declaración de fidelidad al magisterio de la Iglesia y el sometimiento al decreto Lamentabili. La iniciativa de San Pío X fue muy bien recibida en toda la Cristiandad, pues tan solo cincuenta personas se negaron a prestar el juramento antimodernista.

Ahora bien, que San Pío X hiciera un diagnóstico certero de la enfermedad que aquejaba a la Iglesia en modo alguno puede interpretarse como que durante su pontificado al paciente ya se le podía dar de alta. Ciertamente que la estrategia de los primeros modernistas no fue de lo más eficaz para atraer a un gran número de seguidores. Proponer que se debía vivir al margen del magisterio y ser autónomo para que cada uno pudiera decidir las verdades de fe, que se podían cambiar para estar en consonancia con la ciencia moderna, no tuvo suficiente tirón social a principios del siglo XX.

Pero tras décadas de letargo, que algunos interpretaron equivocadamente como su muerte definitiva, despertaron los modernistas y tuvieron un éxito sin precedentes, tras publicar Pablo VI (1963-1978) la Humanae vitae (25-VII-1968); a partir de este momento sí que hubo y sigue habiendo muchos católicos partidarios de reivindicar su autonomía, para que, al margen de la moral de la Iglesia católica, cada uno pueda decidir lo que está bien y lo que está mal en el lecho conyugal. La cuestión es que el depósito de la fe y la moral es indivisible y se empieza rechazando la Humanae vitae y se acaba dando la espalda a todo el magisterio de la Iglesia. 

No fue poco el mérito de San Pío X al descubrir el tumor. Faltaba en lo sucesivo poner los remedios para curarlo y evitar la metástasis, porque los modernistas no se rindieron a lo largo del siglo XX, hasta el punto de que Pablo VI tuvo que reconocer públicamente que el humo de Satanás se había metido dentro de la Iglesia.

Y en estas estamos, esperanzados y pendientes de que la Madre de Dios abra puertas y ventanas para ventilar nuestras estancias y evitar que nos asfixie el humo modernista de Satanás. Y yo soy de los que piensan que a no mucho tardar la ventilación va a ser completa. Así es que para que esto suceda cuanto antes, el próximo día 21 celebraré la fiesta de San Pío X y mi cumpleaños rezando en uno de los lugares donde la Virgen bajó del Cielo para decirnos que además de Madre de Dios, también es Madre nuestra.

 

Javier Paredes
Catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de Alcalá