Es comprensible que los dirigentes autonómicos y locales prefieran que Zapatero tenga un perfil plano, muy plano, en las próximas elecciones.
Estoy convencido de que no lo ve como una muestra de ingratitud sino de realismo político. Da la sensación que en los últimos tiempos Zapatero es un lastre y su presencia no ayuda a los candidatos de su partido sino que les perjudica.
Los españoles quieren descargar su enfado y aprovechan cualquier oportunidad. Lo hicieron en las elecciones catalanas, donde confluyó la pésima gestión del tripartito con la del Gobierno de Zapatero.
Lo sorprendente fue que no perdieran aún más escaños. A estas alturas del partido resulta casi heroico apoyar al PSOE. Es la prueba de una fe incombustible. El problema es que el número de creyentes no deja de disminuir y a este ritmo acabará por sacar en las próximas generales un resultado similar al que obtuvo González en las primeras elecciones: 118 diputados.
Los dirigentes regionales han aprendido la lección y prefieren que se quede en La Moncloa. Tal vez por eso le está sustituyendo Rubalcaba en casi todo.
Suso do Madrid