Sr. Director:
Le escribo esta carta por un doble motivo: agradecer a un desconocido benefactor, y ofrecer un ejemplo que debiera cundir en esta sociedad a veces demasiado apresurada y, por qué no decirlo, un poco egoísta.
El pasado viernes me desplacé en coche a Navacerrada para pasar un fin de semana en la sierra madrileña. Cuando llegué, ya de noche, llovía a mares en medio de una niebla cerradísima. Aparqué frente a la ermita de Ntra. Sra. de las Nieves, junto a la estación, y salí apresuradamente para ponerme a refugio. Y fue en ese momento cuando debió caérseme la cartera junto al coche. El domingo por la tarde -¡dos días después!-, fui a echar mano de ella y, en ese momento, advertí su falta. Busqué y rebusqué hasta darla por perdida. Pero no. Un ángel de la guarda de carne y hueso había actuad cuando volví al coche estaba allí, sujeta con el limpiaparabrisas y envuelta en una bolsa de plástico, que la protegía de la lluvia. Huelga decir que no faltaba nada.
No sé quien lo hizo, pero, si lee esto, ¡muchas gracias! Y para los demás, el deseo de que, en circunstancias similares, seamos capaces de actuar así.
Pablo Méndez Polo
pmendezpolo@gmail.com