Para los lectores hispanoamericanos de este diario electrónico, les aclararemos que la provincia de Madrid es más bien pequeña en extensión, aunque su población ronde los 6 millones de habitantes. Quiérese decir que en ningún caso, desde ningún punto de la región, se precisan más de tres horas de viaje en autocar para llegar a ningún otro punto, y mucho menos a la capital, que aproximadamente está en el centro del provinciano triángulo.
Sin embargo, eso es lo que ha aducido la Embajada estadounidense en Madrid para asegurar que, sintiéndolo mucho, el embajador de Bush en España, George L. Argyros, no pudo asistir a la recepción oficial con motivo de la Fiesta Nacional (12 de octubre), dado que se le estropeó el transporte aéreo y no podía llegar en coche. Estaba en una cacería, acompañado del ex secretario de Estado norteamericano James Baker, el hombre que da nombre al Plan de Autodeterminación del antiguo Sáhara español. Es decir, que el actual embajador de Bush no puede acudir a la recepción porque tiene que agasajar a un ex secretario de Estado al que los marroquíes no hacen ni caso.
La verdad es que el embajador no acudió al desfile militar ni a la recepción posterior porque la bandera norteamericana brilló por su ausencia el 12 de octubre y porque el pasado año, siendo aún jefe de la Oposición, el hoy presidente del Gobierno español, Rodríguez Zapatero, se negó a levantarse al paso de la bandera norteamericana, cosa que sí ha hecho este año ante las enseñas nacionales de Francia e Italia. Y es que esto va de símbolos.
Lo cierto es que en una economía abierta es muy difícil la venganza. Los norteamericanos pueden retirar el apoyo a España para que haya españoles que dirijan los organismos internacionales. Asimismo, pueden animar a sus empresas a que inviertan menos en España, o pueden reducir la presencia española en los contratos públicos estadounidenses (más bien escasa). Pero eso, en principio, no es mucho. El enfado norteamericano con España tiene más repercusión política que económica.
Por otra parte, una vez más, el portavoz socialista Alfredo Pérez Rubalcaba ha vuelto a marcar el camino: ha acusado al embajador norteamericano de desairar a los Reyes, cuando lo cierto es que el enfado norteamericano no es con el Rey sino con Zapatero. Tanto es así, que George Bush envío un mensaje de felicitación a La Zarzuela por la Fiesta Nacional española. A Moncloa, no llegó mensaje alguno.
En Washington consideran que Zapatero es culpable de la ruptura de la coalición internacional que operaba en Iraq.