La sanidad estatal está protegiendo estos crímenes de seres humanos, no nacidos e indefensos.
Estados Unidos asevera en su Declaración de Independencia: Sostenemos como evidentes estas verdades: que todos los hombres son creados iguales; que son dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables; que entre éstos están la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad; que para garantizar estos derechos entre los hombres y los gobiernos, que derivan sus poderes legítimos del consentimiento de los gobernados; que cuando una forma de Gobierno se haga destructora de estos principios, el pueblo tiene el derecho a abolirla e instituir un nuevo Gobierno que se funde en dichos principios, y a organizar sus poderes en la forma que a su juicio ofrecerá las mayores probabilidades de alcanzar su seguridad y felicidad.
Sin embargo, en el país más poderoso del mundo, el aborto emprendió su despliegue después de que el Tribunal Supremo dictara la sentencia Roe vs. Wade, en 1973. En los años ochenta, el aumento se mantuvo estable hasta que se llegó al máximo histórico de 1,61 millones de abortos en 1990.
Una sociedad abortista se hace inhóspita. Con el tiempo, reinará la tiranía y la arbitrariedad en todos los ambientes. Es como una enfermedad infecciosa que se contagia, afirmó Jutta Burggraf.
Jamás un Gobierno se puede arrogar el derecho a decidir sobre la vida de un ser humano, aún no nacido, como si no fuera una persona, rebajándolo a la condición de objeto para servir a otros fines, aun cuando fueran grandes y nobles, aseveró Giovanni Lajolo.
Por último el ginecólogo, que ha traído al mundo a más de diez mil bebés, Miguel Fernández del Pino, afirmó: todos los médicos estamos de acuerdo; el aborto es un crimen.
Clemente Ferrer
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