Lo ha dicho el primer ministro griego, Giorgios Papandreou, en su alegato frente a Alemania por la crisis financiera europea: vivimos en un proceso de profecías autocumplidas, un proceso por el que se trata empujar a un Estado a la bancarrota. Sus palabras exactas fueran las siguientes: Esto podría ser una profecía autocumplida. Es como decir a alguien: Puesto que tienes una dificultad, te pondré una carga mayor en la espalda. Pero esto te puede romper la espalda.

Y así es: si los grandes aseguran que Grecia va a quebrar, Grecia quiebra. Seguro. Si los grandes, especialmente Alemania, aseguran que Irlanda va a quebrar, Irlanda quiebra. Por dos razones, primero porque quien domina los mercados financieros son las grandes potencias. Segundo: porque los especuladores, en cuanto oyen hablar de rescate con fondos públicos, se dedican a invertir contra la deuda irlandesa, forzando al Gobierno de Dublín a ofrecer más altas rentabilidades, esto es, a colocarse al borde del precipicio. En finanzas siempre ocurre lo mismo: la imagen crea la realidad, porque los Gobiernos y los bancos no venden dinero, lo que venden es confianza, imagen.

Es la mejor definición que he visto sobre la crisis de riesgo-país que azota el Viejo Continente.

Grecia ya fue condenada a la bancarrota y al salvamento de la Unión Europea,  el FMI, coordinado por Alemania. Ahora le toca el turno a Irlanda. Recuerden que el fondo de rescate europeo, radiado en Luxemburgo, está dirigido por un alemán, pero el asunto no acaba ahí. Los bancos  alemanes tienen invertidos más de 125.000 millones de euros en deuda irlandesa. Por tanto, el dinero público no está salvando a Irlanda, está salvando, entre otros especuladores, a los bancos alemanes. Y, encima, atentando contra su soberanía, dado que los fondos se proporcionan para que pueda seguir endeudándose y a cambio de sacrificios reales para la población irlandesa.

A ver si nos entendemos. Irlanda no ha cometido un error. Ese error no ha sido subir los salarios -eso ha sido lo mejor que ha hecho- sino salvar a sus dos grandes bancos en quiebra: el Anglo Irish Bank y Allied Irish Bank -con fondos públicos- cuando lo que tenía que haber hecho era dejarlos quebrar y asegurarse de que los depositantes -no los inversores- recuperen su dinero.

En esta economía financista, tenemos que pensar de la siguiente forma: todo el mundo, pobres y ricos, tienen su dinero en el banco: ese dinero sí hay que salvarlo. Pero el accionista de esos bancos o los tenedores de títulos emitidos por las dos entidades, es decir, los inversores, son señores que, una vez cubiertas sus necesidades, aún les queda dinero para invertir. Invirtiendo mal asumieron un riesgo y lo perdieron. No son los contribuyentes los que tienen que pagar su error ni la irresponsabilidad de los gestores de los bancos o de los gobernantes que inundan el mercado de deuda para comprar votos cautivos con prestaciones públicas. 

Como creo haber dicho antes, apenas unas sesenta veces, las crisis financieras sólo se solucionan dejando quebrar a los bancos irresponsables y a los gobiernos irresponsables. Es la única forma ética de detener la especulación financiera. Y si no, seguiremos saltando de crisis en crisis.

En cualquier caso, Papandreu ha definido este proceso perverso de forma genial: profecías autocumplidas. Yo añadiría: e interesadas.

Eulogio López

eulogio@hispanidad.com