El S. XXI incuba a los niños entre sus más grandes víctimas.
Una vez se les concede ser o no concebidos según el deseo de los progenitores, serán seleccionados genéticamente, y si sufren cualquier minusvalía, acabarán muriendo en el aborto de padres cómplices, reprobados como un objeto de consumo inaceptable.
Si sólo son deseados, ejercerán de mascotas ya que habrán sido programados en el tiempo y hasta escogidos según el sexo. Si han nacido en países pobres serán los primeros en morir de inanición o patologías diversas. Una vez superado el primer obstáculo, los infantes serán aleccionados en los usos de la lujuria como nunca antes, porque el lema que se impone es hoy:¡¡¡¡disfruta!!!, aunque el sexo provoque múltiples enfermedades sexuales mucho más perniciosas que la comida basura y el tabaco.
De ello se encarga la TV, Internet y hasta los mismísimos políticos que se han propuesto que la masturbación, la homosexualidad, las orgías, aprender a colocarse un condón y el derecho a abortar, sean tan imprescindibles como la geografía y el inglés.
Cuando lleguen a la adolescencia habiendo perdido su virginidad o con algún aborto en su haber (inducidos por las guías sexuales añadidas), rota su alma y su corazón, serán incapaces de mirar a otro joven a la cara para comprometerse y al fin casarse.
No querrán saber nada de hijos porque idolatrado el placer venéreo, excluyen el placer de tener hijos y su sacrificio. Este es el mundo que los poderosos ofrecen a la actual generación y a la que los padres, en un heroísmo sin precedentes, nos enfrentamos.
Ana Coronado