El mundo islámico se asemeja a las entrañas de un volcán en los momentos previos a entrar en erupción. Se agita y convulsiona buscando la salida para la energía destructiva que alberga en su interior.
En su proceso liberador de la bravura contenida, el magma albergado en sus simas, no solo destruye cuanto encuentra a su paso, sino que finalmente en su expansión, arrasa y sustituye la tierra fértil por la devastadora imagen ofrecida por los lagos, cascadas y fuentes que configura la infecunda roca volcánica.
En este mes de julio, se cumplen ocho años del atentado terrorista suicida perpetrado por una célula islamista en el metro londinense, en el que murieron 56 personas y más de 700 resultaron heridas.
Un antecedente similar, fue el ocurrido el 11-M. un año antes en cuatro trenes de la red de Cercanías de Madrid, llevado a cabo por terroristas yihadistas, causando 191 muertos y cerca de 2.000 heridos. Este fue el segundo mayor atentado cometido en Europa hasta la fecha.
Precedente de estos dos atentados, fue el perpetrado también por Al-Qaeda contra el World Trade Center de Nueva York el 11 de septiembre de 2001 y en el que murieron 3017 personas y más de 6000 resultaron heridas.
Sin embargo, el terrorismo no es la única estrategia del Islam en su proyecto de islamización de Occidente. Si acaso, es la más sensacional y sangrienta. Pero la más sólida y eficaz, es la progresiva invasión silenciosa, que mediante los movimientos migratorios, está sufriendo Europa y lo que resulta más efectivo: su rápido crecimiento una vez que están asentados en el continente, gracias a su alto índice de natalidad en comparación con el europeo.
Se da la circunstancia de que hay zonas de asentamiento árabe en las que ya superan en número a los naturales de la localidad y en las que están exigiendo -en principio- el respeto absoluto de sus usos, tradiciones y costumbres, el fomento público de su cultura, aun cuando esta choque frontalmente con las leyes vigentes del país de residencia y que se les facilite, cuando no que se les regale el terreno, la construcción de mezquitas para la práctica de su religión.
Pero, ¿Permiten ellos a los cristianos construir, no digo ya un templo, sino siquiera una simple capilla en sus países de origen
Si el mundo árabe no acepta el principio de reciprocidad ¿por qué nosotros nos inclinamos sumisamente ante sus exigencias y en nuestro paisaje se dibujan las grandes mezquitas de Marsella, París, Bruselas, Roma, y otras como las de Londres, Birmingham, Bradford, Colonia, Hamburgo, Estrasburgo, Viena, Copenhague, Oslo, Estocolmo, Madrid, Barcelona y la más emblemática para ellos: la gran mezquita de Granada
¿Cómo se explica esta claudicación del mundo occidental ¿Que extraña coincidencia hace que los dirigentes de nuestro mundo silencien e incluso oculten este proceso, no solo permitido, sino incluso facilitado por ellos mismos, amparados en ese falso laicismo, sembrado con infatigable desvelo por las democracias actuales, que deja nuestra esencia histórica y cultural, yerma y apta para repoblarla con otras culturas y religiones que nada tienen que ver con nuestros orígenes
Somos víctimas de unas castas políticas, que atendiendo solo a sus intereses, practican las más miserables prostituciones morales, engatusándonos con los más burdos timos ideológicos y las más groseras indecencias culturales.
Y todo cubierto por el paraguas de la Europa de los mercaderes, que no tiene el menor embarazo ni sonrojo en amparar a los belicosos pacifistas que han desnaturalizado el sentido y razón de ser de nuestros sistemas defensivos frente a aquellos cuya existencia solo tiene como objetivo, por medio del terror o del vientre de sus mujeres, la conquista del mundo y la imposición de sus creencias.
Estamos en manos de dirigentes sin conciencia, ni inteligencia; sin ética, ni honor; de robaperas y trincones; de enjuiciadores al servicio de terceros; de trileros del lenguaje que invierten el valor conceptual de las palabras; de prestidigitadores de conceptos, que convierten al facineroso en víctima y al descalabrado en reo; de afectados humanitaristas, que pregonan la igualdad, la justicia y la solidaridad, al tiempo que indecentemente y aprovechándose de la miseria de los más desfavorecidos, roban y desvalijan a quienes dicen defender; de los intelectuales sin principios ni dignidad, con teorías a la medida del mejor postor.
Constituimos una sociedad enferma y ciega, que viendo, se niega a ver como se despeña por la sima de su arrogante egoísmo y que siendo la más preparada, en su caída, es incapaz de detenerse a pensar en su destino.
¡Pobre Europa, que cual dama de útero goloso y moral distraída, ha accedido a conceder sus favores, en la ingenua creencia de que así aplacará el voraz apetito de quien -de un modo u otro- está dispuesto a hacerla su esclava.
César Valdeolmillos Alonso