Ojo al dato. El Tribunal Supremo ratifica una sentencia de sus colegas madrileños. Resulta que unos padres denunciaron a un hospital porque no les dieron la posibilidad de abortar, a pesar de que su hijo nonato tenía nada menos que una pérdida parcial del miembro inferior derecho (una vez nacido lleva prótesis) y un dedo de la mano izquierda.

El tribunal considera que no eran defectos graves, por lo que los padres no tenían derecho a abortar.

¿Se imaginan la escena? Pepito, guapo, soy tu madre y te quiero mucho. El hecho de que me hubiera gustado abortarte si hubiera sabido que eras cojitranco y exhibas un dedo muñón ya no representa nada para mí. La verdad es que eres un coñazo pero qué le vamos a hacer: ya estás con nosotros y la cosa no tiene remedio. Pero no lo dudes, tu mamá te quiere. Si hemos denunciado a los médicos era para sacar unas pelas que estamos en crisis, no te lo tomes como algo personal.

Por decirlo de otra forma: ahora que lo ven les resulta más difícil cargárselo. Es el mismo hijo, claro, pero tampoco estaría bien abandonarlo en una gasolinera. Además, te podrían denunciar el de la gasolinera por dejar trastos inservibles en su establecimiento.

Con la emocionada madre de Sevilla ocurre algo similar. El País titula la noticia con gran entusiasmo: "la selección de embriones avanza". Una parejita de amantes progenitores ha tenido un bebé-medicamento, que servirá para salvar de una enfermedad a su hermanito querido. Al niño no le han preguntado si estaba por la solidaridad fraternal pero eso no importa: los padres están emocionados. Ahora bien, para dar con el bebé adecuado (con RH que diría Arzallus) se le ha realizado a la mamá querida una selección de embriones: éste me lo quedo, éstos los desecho: aborto selectivo, que le dicen. Tan hijo suyo era el superviviente como los desechados, pero eso no importa, porque al único que han visto los amantes papás es al superviviente (supervivienta, en este caso): los otros son un conjunto de células... lo mismo que fue la recién nacida.

Lo mismo ocurre con el resto de barbaridades surgidas de la fecundación artificial. Por ejemplo, las ventas de óvulos y de esperma (en la universidades madrileñas se reparten hojas volanderas entre chicas para que donen sus óvulos por 1.000 euros). Así, a la vuelta de unos años, podrán ver a un niño por la calle y decir: hay que ver cómo se parece ese niño a mí: ¡A ver si va a ser mi niño!

Ojos que no ven, corazón que no siente... y cerebro que no piensa, esto último condición indispensable del buen progresista.

Eulogio López

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