Cuando un izquierdista habla de pensamiento único se está refiriendo al capitalismo económico. Y es verdad que, si no es el pensamiento único de nuestro tiempo, lo parece. La unanimidad es bestial, también en su matizaciones: por ejemplo, se considera que la colonización anglosajona, preferentemente la británica -a pesar de su genocidio sistemático, en contraposición con la española, donde hubo fusión de razas- fue la buena, por la sencilla razón de que la primera potencia mundial fue una colonia británica. Al parecer, nunca se fijan en la pobreza de la colonias inglesas y holandesas en África y Asia, o en el hecho de que Estados Unidos más que una colonia británica es un crisol de asentamientos ingleses, franceses y españoles, más el resultado de las migraciones italianas e irlandesas, estas dos últimas de impronta católica, no calvinista. Es igual, la colonización capitalista, no clerical, es la buena.
Este pensamiento de origen, efectivamente calvinista, se deja ver en todos lados. Por ejemplo, en la consideración de que el rico, por el hecho de serlo, es un tipo que debe se respetado. Sí, sí, todo lo que quiera, pero mira donde ha llegado, te dicen en cuanto osas criticar a alguno de los triunfadores. Ni que decir tiene que los periodista económicos somos los primeros en caer en este pensamiento único. El rico en Europa está bien visto tanto en la izquierda como en la derecha y si le criticas es porque le tienes envidia o porque pretendes obtener algo de él. Esto segundo es especialmente ridículo. Desde el Libro de la Sabiduría sabemos que el pobre se equivoca cuando se acerca al rico para ver si le toca algo : es el pudiente el que le quita al impecune lo poco que posee. Los mercados financieros se guían por las palabras evangélicas: Al que tiene se le dará, y al que no tiene se le quitará hasta lo que tiene, con única diferencia de que Cristo hablaba de valores éticos y los broker de valores bursátiles.
Pero hasta que no he leído al cardenal John Henry Newman, esa maravilla del siglo XIX, no me había percatado de que el beneficio no sólo provoca riqueza, sino notoriedad, y que el poderoso no desea el poder para obtener dinero sino el dinero para obtener el respeto del mundo, es decir, poder. Newman expresa así el sentimiento general de adoración al rico : El suyo es un homenaje desinteresado, procedente de una honrada y sincera admiración de la riqueza por sí misma, análoga al limpio amor que los buenos cristianos sienten hacia su Señor. Es un homenaje nacido de profunda fe en los bienes materiales.
Riqueza es el primer ídolo de nuestro tiempo. Notoriedad es el segundo. No hablo, repito, de lo que los hombres persiguen de hecho, sino de lo que admiran y reverencian. Muchos no tienen oportunidad de buscar lo que envidian en silencio. Nunca pudo existir la fama, en pasadas edades del mundo, como existe ahora. Noticias recientes de todo el orbe, privadas y públicas, llegan hoy, día tras día, a cualquier individuo, al artesano más pobre y al campesino más alejado, mediante un proceso de comunicación tan uniforme, espontáneo o invariable que se asemeja a una ley natural.
Prestigio social, reputación, ese es el metal noble más codiciado del siglo XXI, donde se han multiplicado las condiciones que Newman denunciaba en el XIX. Y apelaba a una de las causas de la prosperidad sajona, la misma causa de su declinación hacia al tristeza: La religión nacional (es decir, la iglesia de Inglaterra) posee muchos atractivos. Conduce a la decencia y al orden, a la conducta apropiada, a pensamientos encomiables, a bellas virtudes domésticas. Pero no puede elevar a la multitud ni ofrecer una imagen correcta de la ciudad de Dios. Procede de la simple naturaleza, y su doctrina es meramente natural. Usa desde luego palabras religiosas; de otro modo no podría llamarse religión. Pero no imprime lo sobrenatural en la imaginación, ni lo graba sobre el corazón, ni lo introduce en la conciencia.
La religión nacional no inculca en modo alguno el sentido de lo invisible, y en consecuencia los valores mundanos y los objetos materiales se convierten en los ídolos y la ruina de sus hijos, almas que estaban hechas para Dios y la gloria. Es impotente para resistir lo terreno y las enseñanzas falsas del mundo. No puede sustituir el error por la verdad. Va detrás, cuando tendría que ir delante. Sólo hay un verdadero antagonista de lo mundano : es la fe de los católicos.
No es que importe, claro, pero fastidia hacer el papel de pavo adorador del rico. Piensen en alguno de los grandes presidentes de empresa españolas, especialmente de los financieros y rentistas (las mayores fortunas de ahora mismo) y sabrán de qué y de quiénes estamos hablando. Y con tazón, porque el rico del siglo XXI es mucho á rico que el del XX, por lo que exige más respeto, es decir, mayor sumisión.
Eulogio López