De una muy cristiana página de Internet me envían un muy cristiano artículo que, según sus muy cristianos promotores, puede interesarle. En el tal artículo se exponen las tesis de un reputado doctor, reputado por católico, perteneciente a un importante movimiento eclesial, acerca de la ya famosa estrategia ABC, que predica la revista médica LANCET. ABC, por sus siglas en inglés, significa abstinencia, ser fiel y condón.
Como soy muy agudo, enseguida he caído en la cuenta de que el loable propósito de mi anónimo comunicante es desasnarme. Un proceso del que ando muy necesitado, y sobre el que me siento urgido. Por eso, me he aplicado con mucho empeño a la lectura del artículo.
Nuestro católico doctor comienza por el final. Viene a decir que, después de todo, lo que ha dicho el secretario general de la Conferencia Episcopal Española, monseñor Martínez Camino, acerca del condón no se aparta de la ortodoxia cristiana. No importa que Camino fuera rectificado por la propia Conferencia Episcopal Española (que, sin embargo, no le ha cesado de forma fulminante). Tampoco importa que monseñor Elio Sgrecia, vicepresidente de la Pontificia Academia para la Vida, también haya refutado al teólogo suizo George Cottier, que llegó aún más allá que Martínez Camino al afirmar que el uso del condón era admisible en situaciones extremas, por ejemplo cuando uno se va a fornicar con una prostituta.
A partir de ahí, y razonando de abajo a arriba, como las cuentas de resultados de algunas multinacionales, que siempre parten del beneficio, nuestro muy católico doctor comienza a hilar fino, como buen moralista. La Iglesia, nos dice, opta por la abstinencia (mentira, la Iglesia, se lo digo yo, por lo que opta es por el sexo, cuanto más mejor, aunque, eso sí, abierto a la vida). Si esto no fuera posible, afirma nuestro galeno (¿y por qué no había de serlo?), entonces la Iglesia propone la fidelidad (mentira, la Iglesia no propone la fidelidad para evitar el Sida sino para promocionar el matrimonio basado en el voto, en el compromiso, en la donación). Pero, claro, y aquí nuestro doctor entra en la pendiente peligrosa del mal menor, o mal peor, según se mire, en ocasiones límite, cuando no es posible evitar el fornicio (¿por qué no es posible?) la Iglesia puede permitir la letrita C, el condón.
Al final, como todo buen moralista, nuestro doctor se sitúa en lo que podríamos llamar la línea del consenso : No podemos cerrar todos los grifos (es lo más conveniente, cuando hay inundación), al menos deje usted abierto una espita.
Y todo esto es bello e instructivo, porque cuando se trata de algo políticamente correcto, entonces el pensamiento dominante se vuelve absolutamente intransigente. Por ejemplo, para evitar que la gente fume (fumar es políticamente incorrecto; como todo el mundo sabe, es el mayor pecado que puede cometerse hoy en día), la progresía, y la clerecía tontaina que la secunda muerta de miedo, se vuelve rigorista: a los fumadores se les quita de fumar por las buenas y por las malas. El condón sería al Sida lo que el filtro o la boquilla al pitillo, pero la progresía no acepta tal cosa: a los fumadores no se les concede ni la menor oportunidad, se les quita el cigarro de los dientes y se les insulta bien insultados. Sin embargo, al fornicador sí se le permite, incluso se le aconseja, el preservativo.
Con todo, este no es el problema de nuestro doctor, de la católica página que lo secunda, ni de Martínez Camino, ni de Cottier. El error (y esa sí me parece herejía grave, aunque no creo que este tipo de error figure en las normas canónicas) de Camino, Cottier y de nuestro católico cirujano es considerar que la moral cristiana consiste en un conjunto de prohibiciones, generalmente realizado por espíritus sádicos.
Pero resulta que no. Resulta que la moral cristiana no es un cúmulo de prohibiciones sino un conjunto de propuestas. Ciertamente, proponer significa elegir, y elegir significa renunciar a lo no elegido, pero eso no quita que, como diríamos en lenguaje de la calle, la moral cristiana se hace en positivo. De hecho, la Iglesia sólo prohíbe aquello que va implícito en una propuesta positiva, tendente a la mejor realización del hombre. Porque, piénsenlo, ¿qué interés tiene la Iglesia católica en predicar aquello que fastidia al hombre? Perdería clientela.
No, cuando la Iglesia expide el No matarás, aclara que este precepto, en negativo, está subsumido en el positivo Amarás al prójimo como a ti mismo. Por eso, no sólo atenta contra el V Mandamiento quien no asesina, sino hasta aquel que insulte al hermano o le tenga animadversión. De la misma forma, la Iglesia no se opone al condón porque le interese la propagación del Sida (¿alguien en su sano juicio puede creer tal chorrada?), lo que le interesa es la propagación del amor. La Iglesia se opone a la gomita no porque evite el Sida sino porque evita la vida y porque condiciona el amor entre hombre y mujer.
Quiero decir que la moral progre, o la de aquellos cristianos que anhelan no sentirse marginados en el mundo actual, se enreda en las excepciones de la norma y se olvidan de la norma misma. Es lo que podríamos llamar la moral de la excepción, o la moral de situación: es decir, dónde debe situarse un sujeto si no quiere ser expulsado del ambiente dominante. Y ni la moral de excepción ni la moral de situación son morales cristianas.
Es más, yo elevaría a norma la siguiente premisa: aquel principio moral que cuente con el aplauso de lo políticamente correcto, seguramente es erróneo, hierático o simplemente majadero.
Eulogio López