Cada vez que oigo hablar a Maria Jesús San Segundo, ministra de Educación del Gobierno Zapatero me siento rejuvenecer. Me recuerda a mi vieja maestra, de la que no, no estuve enamorado en mis años infantiles. Me recuerda a ella por su obsesión en repetir una serie de palabras clave, a lo que los yankies llaman ideas-fuerza. Mi vieja maestra nos miraba con más cariño que compasión, así que no tenía el menor empacho en repetirnos una y otra vez aquellos conceptos que consideraba que no habían logrado penetrar en nuestras calabazas. No es que nos tomara por idiotas, no exactamente, sino que aplicaba una pedagogía para el futuro, una pedagogía sostenible.
Pues bien, durante una entrevista de una hora en A-3 TV, San Segundo ha insistido en dos palabras, pongamos unas 45 veces: igualdad y diversidad. Sin perder la sonrisa, aunque con su columna vertebral formando una s, convenientemente alejada del respaldo, en otras palabras, con la sonrisa ocultando la tensión del momento, la señorita María Jesús nos ha explicado que lo que pretende el proyecto de educación del gobierno socialista es unir calidad con equidad, y, otra idea-fuerza, enseñar en la diversidad. No menos de diez veces ha insistido en las clases de refuerzo, y en que el sistema educativo finlandés (este es el tipo de ejemplo que siempre debe poner un polític el que resulta incontrastable) había demostrado que eso de los itinerarios no conducía a sitio alguno, y que lo mejor es que todos los estudiantes cursen las misma disciplinas... en calidad, equidad y diversidad.
Y ha ido ahora, ya talludito, cuando, escuchando a la seño María Jesús, uno de los problemas más graves de la mentalidad moderna: que confunde los principios con los objetivos. Verán, por ejemplo, la igualdad de oportunidades en la enseñanza es un principio, y muy loable, pero no un objetivo. Como tampoco es un objetivo la diversidad: la diversidad es un hecho. No hay dos niños iguales... afortunadamente. Esta es la cosa: Mi seño favorita, San Segundo, al igual que todo el pensamiento imperante, confunde los principios como los resultados. Y si así fuera, no estaríamos hablando de principios, sino de finales.
Igualdad en la educación supone que a todos los escolares, sin distinción de raza, sexo, religión o nivel económico, se les ofrezcan las mismas oportunidades. Que las aprovechen o no es cosa suya. Hay cierta mentalidad filantrópica, por ejemplo la mentalidad progre, que se empeña en obligar a la gente a ser buen estudiante y brillante profesional, y eso es un poco complicado, porque choca con otro principi el de la libertad. Por tanto, la equidad no significa clases de refuerzo, sino igualdad de oportunidades, y si la equidad no da por resultado la calidad, pues habrá que poner otros medios. Lo que no se puede hacer es forzar al estudiante esforzado a retrasar su marcha para ponerse a la altura del perezoso. Eso sería, además de una memez enorme, considerar que la igualdad es un objetivo, cuando es un principio.
Naturalmente, la seño San Segundo utiliza el segundo concepto, el de la diversidad, para fastidiar a la Iglesia, que es de lo que se trata. Es un concepto que San Segundo extiende sobre la mesa en cuanto le hablan de cosas como la asignatura de religión, o esa nueva asignatura de Ciudadanía, sobre la que los hombres de Polanco ya deben estar trabajando horas extra para colocar en el mercado, antes que nadie, unos trece libros de texto que den cuerpo, oh sí, a tan importante principio (principio, final e intermedio).
Diversidad quiere decir que al muchacho hay que enseñarle de todo sin comprometerle con nada. Mi profe favorita emplea los conceptos libertad y diversidad como sinónimos, otra ligera confusión que da lugar a no pocos errores. La diversidad es simplemente un hecho de partida. La diversidad no hace falta ni enseñarla, es simplemente la condición natural de la humanidad. Tal y como lo emplea la ministra (hoy voy de remembranzas infantiles) se diría que el concepto diversidad, o el de libertad (no son sinónimos, pero se emplean como tales) es como aquella niña odiosa que nunca se gastaba la paga de sus padres en chucherías. Cunado todos nos habíamos pulido las nuestras, ella nos enseñaba, triunfante, las dos pesetas que le acreditaban como la única de la pandilla... con posibles.
No, la libertad está para gastarla. Elegir es morir un poco, pero no elegir es como morirse hambre al lado de un jamón ibérico. Lo que la señorita San Segundo pretende es que a los niños españoles se les ofrezcan todas las posibilidades pero se les prohíba optar por ninguna. Quiere una infancia diversa, una enseñanza diversa, en la que no habrá libertad porque estará prohibido elegir, optar o decidirse por algo. En cuanto decides comprometerte con una doctrina, con una institución o con un colectivo, se acaba la diversidad.
Por eso no le gusta a la ministra que se enseñe doctrina católica. Porque claro, si todos fueran cristianos, no habría diversidad, y eso sería muy grave. La ministra quiere que todos conservemos las dos pesetas para dar envidia al de al lado. Cosa más pusilánime.
Ahora bien, sin tantos meandros, de lo que estoy hablando, tanto en equidad como en diversidad, es algo que la humanidad siempre ha conocido con el nombre de envidia. El alumno vago siempre ha sentido envidia del trabajador, que no recibe broncas, ni tiene que mentir a los padres, ni quedarse a estudiar en verano. Pero como para la ministra la igualdad es un fin, no un principio, entonces exige, por ley, que todos los alumnos sepan lo mismo. De esta forma, los trabajadores tendrán que esperar a lo rezagados: lo otro sería injusto, y probablemente antidemocrático.
Alguien dijo que el comunismo es la socialización de la envidia, pero el progresismo es mucho peor: es la generalización de la estupidez.
Eulogio López