• En esta Navidad 2014 España y Europa tiene una oportunidad, quien sabe si no será la última, para abandonar su alienación actual, la alienación irracional de los sentimientos, y regresar al mundo real.
  • Si dudamos de la existencia del Dios hecho carne también deberíamos dudar de nuestra propia existencia. De hecho, es a los que nos lleva la increencia actual.
  • Hemos pasado del Yo creo al Yo siento, y entonces fue cuando nos cargamos la civilización nacida en Belén.
  • Europa es la cuna del mundo sólo en calidad de heredera de lo acontecido en Belén.

El emperador Domiciano gobernó el imperio romano entre los años 81 y 96. Como buen sátrapa, nuestro hombre era desconfiado. Había leído, u oído, que un descendiente del rey judío David obtendría un poder tan grande que tronos y gobernadores se someterían ante él. Y él no estaba dispuesto a arrodillarse ante un representante de aquella tribu de menesterosos, poco más que una colonia romana como tantas otras, no especialmente significativa. Ordenó entonces a sus soldados que comparecieran ante él los herederos del tal David. No era fácil, porque el gran rey de los judíos vivió con un harén bien surtido pero, al final, le presentaron a dos personajes, que, bromas de la historia, que es un pelín cachonda, además de herederos de David, eran nietos del apóstol Judas. Sí, dos pobres campesinos comparecieron ante el hombre más poderoso del momento y el egregio les vio tan humildes, tan poca cosa, que olvidó su entusiasta idea de asesinarles y les dejó volver a su terruño, con la arrogancia del desdén oficial.

Por ello, no debe extrañarnos que la pareja formada por José y María, pasaran desapercibidos en su viaje a Belén. Sí, José era descendiente del rey David y debía empadronarse en la ciudad de Belén, pero su aspecto era el de un artesano, un autónomo, diríamos hoy, propietario de las herramientas de su trabajo y poco más, cuya única inversión de futuro era la sabiduría de sus manos.

Por cierto, aún no sabemos por qué Santa María, una mujer a punto de dar a luz, acompañó a su esposo José a empadronarse en la cuna de los davidianos, en la pequeña población de Belén. Ella no tenía obligación de cumplir con el edicto de empadronamiento de César Augusto (el prototipo de Emperador), otro de los interrogantes del que nos enteraremos en el otro mundo.  

Un viaje duro, donde daría a luz al salvador de los hombres. En cualquier caso, no era la esposa de un hombre rico, era la esposa de un minipropietario, dueño de una micropyme. Si el gran Domiciano le hubiese llamado a capítulo, probablemente hubiera llegado a la conclusión de que no representaba un peligro para el orden establecido. Y, sin embargo, era el padre adoptivo del mayor de los subversivos, luego llamado Jesús. Y  que su hijo putativo no revolucionaría las estructuras sociales, cosa de nada, sino las conciencias individuales, lo que resulta definitivo. Esto es el cambio de los cambios, el único progreso no lineal.

Cuento todo esto para que caigamos en la cuenta de que Jesús de Nazaret es el personaje más histórico que existe, el más mostrado, el más demostrado, del que existen más pruebas, más certificados, del que más sabemos, al que mejor podemos enmarcar. Mucho más que acerca de César Augusto o del bueno de Domiciano, por supuesto. Y su influencia en la vida de los hombres ha superado a la de todos los tiranos de la tierra puestos en fila. Si dudamos de la existencia del Dios hecho carne también deberíamos dudar de nuestra propia existencia. De hecho, es a los que nos lleva la increencia.

Y sin embargo, se ha producido la reducción del pensamiento moderno a pensamiento puramente inductivo o, peor, a lo que llamamos pensamiento emocional o intuitivo, que consiste en no pensar en modo alguno, en trocar pensamientos por sentimientos y convicciones por suposiciones. Hemos pasado del 'Yo creo' al 'Yo siento' y con ello nos hemos cargado la civilización nacida en el Portal de Belén.

Las pruebas: si un cronista de 2014 hubiera vivido en la Judea del siglo primero, seguramente nos habría detallado las intrigas en la corte romana del César, el despuntar del joven Tiberio o las distintas sensibilidades en la Administración central respecto al problema judío, muy relacionado con la rebelión de los piratas en el mediterráneo oriental… y no se habría enterado del titular que tenía ante sus ojos reclamando su atención: una Virgen, que sueña caminos, da a luz al cambio, cambio permanente, cambio eterno, al comienzo y fin de la historia.

Exactamente como nos sucede a todos hoy: los españoles, y temo que toda Europa, cuna del mundo en cuanto, y sólo en cuanto, heredera de lo acontecido en Belén, se muestra incapaz de contemplar la Navidad como lo que  es, como un hecho histórico. Entonces es cuando pasa a mitificar la Navidad, mistificación y falseamiento que consiste en convertir la caridad en fraternidad –un paso atrás-, a las personas en ideas y a la reciedumbre en cursi sensiblería.

Y a ese embaucamiento le llamamos solidaridad, a veces arte. Simplemente, representa nuestra incapacidad intelectiva, que no religiosa, ni de fe, para ver la Natividad como lo que es: un hecho, el segundo hecho más importante de la historia, el nacimiento de Cristo. El más importante, es, claro está, su muerte y resurrección. Pero eso queda para Semana Santa.

Por lo demás, no se agobie pensando en si está convirtiendo la Navidad en consumismo. Ese es un debate interesado. En efecto, Navidad no debe ser consumismo, pero bastan dos sencillas reglas para introducir el hecho flagrante del nacimiento de Cristo y superar el pretendido consumismo: celebrar la Nochebuena con la formidable Misa del Gallo y hacer una donación a los más necesitados, sí, a los pobres del Papa Francisco, donación de las que rascan el bolsillo. Y con eso se recupera el hecho y se evapora la sensiblería progresista.

En esta Navidad 2014 España y Europa tienen una oportunidad, quien sabe si no será la última, para abandonar su alienación actual: la alienación irracional de los sentimientos y regresar a la realidad… que no es mal sendero hacia la sanidad mental. Empezando por vivir la Navidad como un hecho real, acaecido ayer con consecuencias para nuestra vidas presentes, como todo lo que hace el Eterno cuando se introduce en el tiempo, en el mundo de los hombres. Pero hemos caído tan bajo que, de entrada, me conformaría con que volviéramos a considerar la Navidad como un hecho real, no como un espejismo edulcorado.

Eulogio López

eulogio@hispanidad.com