Acudí a la grandiosa final de la Eurocopa en Kiev, capital de Ucrania donde la Selección española, glorioso día, arrasó a Italia con una contundente victoria, cuatro goles a cero. Pero creo que esto ustedes ya lo saben.
En las horas previas al encuentro me doy una vuelta por el centro de Kiev acompañado del ucraniano Sergio, un guía que lleva doce años aprendiendo español. Es una ciudad en tránsito acelerado desde los barracones socialistas a los rascacielos capitalistas, desde la esclavitud leninista a la corrupción capitalista sin paso intermedio por el sentido común de la moral cristiana.
Le pregunto a Sergio cómo ven los ucranianos la nueva Ucrania postcomunista. Su explicación me sorprende, porque es una persona joven:
-Pues hay dos maneras de verlo, ¿vale? Los hay que recuerdan el terror rojo, los asesinados, deportados y encarcelados, el imperio de la mentira. Pero también los hay que añoran aquellos tiempos en los que todo el mundo tenía un sueldo mínimo y podía veranear en una balneario. Ahora, los que hay que tienen mucho –me explica esto mientras pasamos frente a un concesionario Ferrari- y los hay que pasan hambre. El salario medio de un profesor o de un médico equivale a poco más de 300 euros. Esa gente, y muchos jóvenes, estamos hartos de que ahora todo sea pornografía y prostitución.
Sí, es un joven quien habla. Y lo compruebo: miro a los jóvenes que me rodean y veo el mismo mal gusto de nuevo rico en ellos y la misma indecencia en ellas –sí, se llama indecencia-. Idéntico exhibicionismo rijoso y cansino que podemos contemplar en Madrid, París, Londres o Berlín.
Y la imagen es muy sencilla en toda la Europa ex comunista: la cantidad de jóvenes eslavas, universitarias también, que se prostituyen para comprar un móvil. Y no tienen por qué ser malas estudiantes. Simplemente, nadie les enseñó la dignidad de los hijos de Dios.
Hay una Europa central y del Este que no han digerido el tránsito del comunismo al capitalismo, lo que me lleva a pensar en Chesterton, cuando recordaba que el enemigo de la familia y de Occidente no está en Moscú sino en Wall Street.