Lo anterior viene a cuento de la reforma sanitaria que, en nombre de la solidaridad, pretende Barack Obama. Para los europeos, que llevamos medio siglo cuidados por el Estado desde la cuna a la tumba, la sanidad pública forma parte de nuestras vidas a pesar de que su coste se ha vuelto tan elevado que, además de hacernos a todos unos hipocondríacos blandengues, ha reforzado el papel del Estado de tal manera que los gobiernos nos agobian con impuestos. El Estado no es malo porque sea público sino porque es enorme y tiende a quitarnos la libertad en nombre de una solidaridad administrada por los políticos.
El debate no es hoy. En la década de los años 30 del pasado siglo, distintos grupos sociales australianos, capitaneados por la Sociedad Champion de Melbourne y Sidney y por el gremio católico de Estudios Sociales de Adelaida y la Sociedad santo Tomás de Aquino de Brisbane. Su postura podría traducirse así: los servicios sociales de un Estado moderno, aseguraban, eran las cuotas de seguros que el capitalismo pagaba por su póliza de vida. Al tiempo, argumentaban que si los salarios eran los suficientemente altos (repárese en que todos los que presumen de solidaridad, por ejemplo Obama y ZP, exigen al mismo tiempo moderación salarial) para mantener a las familias en un bienestar razonable y ahorrar un poco, con la propiedad bien distribuida, el seguro nacional no sería necesario. Al tiempo, este movimiento consiguió la asignación familiar por hijos. Un paliativo sí, pero que al menos fortalecía a la familia y aumentaba las posibilidades de que los padres llegaran a ser propietarios.
Recuérdese que el siglo XX comenzó como la gran batalla entre un socialismo que pretendía convertirnos a todos en proletarios y una doctrina social de la Iglesia, nacida de la Rerum Novarum de León XIII que pretendía convertirnos a todos en propietarios.
El debate continúa hoy y sigue consistiendo en la lucha entre el pequeño y el grande, sean multinacionales, mercados financieros o Estado. Buena parte de la izquierda y también de la derecha, defienden a los mercados y al Estado. Obama y ZP están con los grandes, no con la libertad.
Y otra cosa, antes que las prestaciones públicas sanitarias, antes que la educación, antes incluso que las pensiones, el primer apoyo del Estado debe ser el salario maternal, pagadero a las madres que traen hijos al mundo. Y esto por la sencilla razón de que antes de curarte, de educarte, y mucho antes de cobrar una pensión, tienes que nacer. Pero eso, a los obamistas y zapatistas, no les importa demasiado.
Eulogio López
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