Actualmente observamos que hay chicos que utilizan todas las presiones posibles para alcanzar sus caprichos.
Pero los educadores, tanto padres como profesores, no pueden ceder a sus deseos injustificados, sino más bien transmitirles el mensaje de que no van a ceder al chantaje pueril. Si los padres consientes en los caprichos es como dejar a la deriva a los educandos, sin hacerles ver que una personalidad sólida se construye luchando por adquirir virtudes.
Podemos distinguir dos modos en la forma de pedir o exigir un esfuerzo a los educandos: brusco o amable. Lo hace de un modo brusco el que ordena levantando la voz o hablando secamente. De esta forma deja traslucir poca seguridad y nerviosismo. Otros utilizan un tono amenazador que provoca rebeldía y rechazo. Hay que evitar los gritos que indican la pérdida del propio control.
Lo más positivo es exigir de forma amable, con una actitud serena y teniendo la confianza en que vamos a ser obedecidos. Se pueden utilizar frases como: ¿Podrías hacer esto, por favor?, ¿serías tan amable de...?, ¿quién me podría echar un a mano en este trabajo?
En este caso, son los chicos los que participan voluntariamente en una tarea, realizando una elección libre y responsable, a la vez que se sienten útiles y experimentan la alegría de tener contentos a los padres.
Conviene reservar los mandatos más serios para los asuntos muy importantes, en los que se pide a los hijos un esfuerzo mayor del acostumbrado. Puede ocurrir, por ejemplo, que en la familia haya un hijo enfermo y se pida al resto de los hermanos que mientras dure la enfermedad se cuide de no hacer ruidos molestos en la casa.
Tanto en los colegios como en algunas familias se reparten encargos específicos para ayudar en la organización y funcionamiento. Con el cumplimiento del encargo se gana en responsabilidad personal y se sienten útiles.
Podemos concluir diciendo que hace falta firmeza para exigir la conducta adecuada, pero dulzura en el modo de sugerirla, reclamarla... o imponerla.
Arturo Ramo García