¡Qué maravilloso es el don de la palabra! Nos permite expresar nuestros pensamientos, aun los más íntimos.
Gracias a la palabra adquirimos y transmitimos el rico acervo cultural de la humanidad. La palabra nos permite expresar conceptos con precisión, comunicarnos, interrelacionarnos... Aunque advierte el refrán: "No es oro todo lo que reluce", porque una palabra, aparentando verdad, puede ser mentira.
Esto no es excepcional: se falsea aquello que es valioso. Lo extraño es que se persigan todo tipo de falsificaciones: sean euros, obras arte, marcas de moda, etc. y sin embargo, la mentira sea aceptada como moneda de curso legal, e incluso proclamada como si fuese un derecho. Qué extraña resulta la expresión: "derecho a mentir" que encontramos en las noticias, a propósito de las declaraciones de imputados en delitos. En realidad se trata del derecho a no autoinculparse, que ampara la Constitución española (24,2), pero debido a que en las declaraciones de los imputados la mentira no está sancionada, estos pueden mentir... y mienten.
Parece que no somos conscientes de los daños que engendra la mentira: quiebra la necesaria confianza entre las personas, que pasan a tratarse con recelo; y a nivel colectivo, se convierte en el mayor sabotaje contra el punto neurálgico de la sociedad: la comunicación.
Así se origina la confusión y el caos que imperan en tantos aspectos del devenir cotidiano. Tenemos pendiente enmendar la legislación para que las leyes salvaguarden las garantías procesales de las personas concernidas en un juicio, pero sin que sea a costa de que la mentira circule impunemente.
José Murillo Berges