Once años después del 11-S, el fundamentalismo islámico está demostrando que está más vivo que nunca. La primavera árabe ha devenido en un final de verano de 2012 sangriento. Este martes, el embajador de EE UU en Libia, Christopher Stevens y otros tres estadounidenses murieron en dos atentados, uno contra la sede del consulado; y otro contra el convoy que intentaba trasladar a las víctimas. El jefe de la Asamblea Libia ha pedido disculpas a Estados Unidos y al mundo entero.
Por si esto fuera poco, el grupo fundamentalista Al Shabab, la división somalí de Al Qaeda, por medio de su cuenta en Twitter, ha revindicado dos atentados que han tenido lugar en un hotel de Mogadiscio donde se encontraba el nuevo presidente de Somalia, Hassan Sheikh Mohamud, que resultó ileso. Al menos cuatro personas han perecido en el atentado.
Los hechos están demostrando que la primavera árabe, recibida con agrado por la opinión pública occidental como una explosión de libertad es, sin embargo, una regresión hacia el fundamentalismo islámico más radical. Buen ejemplo de ello es el caso del líder de los Hermanos Musulmanes de Egipto, presidido por Mohamed Mursi, quien pretende crear -junto con Irán, Turquía y Arabia Saudí- un llamado 'Cuarteto Islámico'. Los hechos están demostrando que las dictaduras laicas están siendo sustituidas por regímenes mucho más peligrosos para la estabilidad y los intereses del mundo democrático occidental. Poco importa que el jefe de la Asamblea Libia haya pedido 'disculpas' a Estados Unidos.
Sara Olivo
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