Dice José María Cuevas, presidente de la patronal española CEOE, que no vendría mal un contrato de obra de gran duración, por ejemplo 5 años (di que sí: hay obras muy costosas en tiempo y esfuerzo) y con final pactado. Responden los sindicatos que esto todavía haría más precario el empleo (recordemos que en España de cada diez contratos de trabajo que se realizan sólo uno es indefinido). Es decir, que los patronos buscan el despido fácil y los sindicaos el despido difícil. Ni una postura ni otra sirven para afrontar el gran problema económico de la España de hoy: los bajísimos ingresos de los jóvenes.

La temporalidad en el empleo se ha convertido en una obsesión en España. Los empresarios están dispuestos a pagar más a una ETT, o a un intermediario de servicios con tal de evitar  comprometerse con un trabajador. Ni que decir tiene que la experiencia es un grado, pero ese argumento cede ante esa obsesión casi patología por no atarse con ningún empelado.

Ahora bien, las centrales sindicales mayoritarias. CCOO y UGT, hace tiempo que dejaron de trabajar para los trabajadores, mejor dicho, trabajan para su público, y su público es el trabajador público o perteneciente a grandes empresas. Un biotipo de personas que cobra un sueldo digno, aunque no especialmente creciente, y cuya esperanza de progresar profesionalmente es limitada. En otras palabras, es un asalariado conservador, que lo que quiere es mantener sus actuales condiciones laborales y jubilarse, o quizás prejubilarse, tal como está. En consecuencia, los sindicatos se preocupan muchísimo, de que aumente el trabajo, estable y dignamente pagado, sino de que su público, ese trabajador instalado, de gran empresa, mantenga sus condiciones. Se preocupan, por ejemplo, de proteger el bastión contra el despid el coste de la indemnización, elevadísimo entre quienes llevan muchos años en la empresa.

Y no nos engañemos, empresas como Telefónica, los dos grandes bancos, las eléctricas, etc., denuncian que los trabajadores veteranos no están dispuestos a adaptarse a los nuevos tiempos porque saben que es muy difícil echarles a la calle. ¿Y saben una cosa? En eso llevan razón. Pierden su razón cuando utilizan ese argumento para prejubilar veteranos y contratar jóvenes para explotar.

Esa es la causa de las prejubilaciones: el banco o la gran empresa prefieren pagar mucho dinero con tal de quitarse de en medio a muchos trabajadores que ya no están dispuestos a dejarse la piel, que conocen muy bien sus derechos y cuya productividad tiende a estancarse, cuando no a disminuir. A cambio, introducen a chavales que sirvan menos de la mitad por hacer más del doble, chavales sin sindicar, con contratos laborales precarios. Y lo último ya es la generalización del autoempleo en la empresa. Sí: en muchas empresa (pro ejemplo en el sector periodístico) se están generalizando los contratos comerciales: que cada uno se pague su propia Seguridad Social, que naturalmente acaba por concretarse en la fórmula más barata: la del autónomo y su cotización mínima (en España, poco más de 200 euros al mes). En definitiva, contratos laborales disfrazados de contratos mercantiles o de servicios. Quien hizo la ley hizo la trampa, y naturalmente estamos abocados a una quiebra prematura de la Seguridad Social o a un incremento de las cuotas de los autónomos, precisamente el futuro de la economía española.

En ese ambiente, es ilógico que el diálogo social discurra por senderos tan absurdos como el coste del despido. Es lo que interesa a ambas partes, y a la tercera, al Gobierno lo único que le interesa es que patronal y sindicatos no se tiren de los pelos. Es la llamada paz laboral, una paz que bien puede hacerse a costa de la explotación laboral del los jóvenes.

Si los jóvenes, también los treintañeros, que entre sus magros salarios, sus muchas horas de trabajo y el precio de la vivienda no pueden formar una familia, pudieran hablar en esa solemne mesa del diálogo social, seguramente pedirían cosas que no le gustarían ni a empresarios y sindicatos. Para ser exactos, pedirían tres: salarios dignos, un solo contrato indefinido y probablemente aceptarían una indemnización por despido pactado de antemano. Despido libre, si lo prefieren, con tal de que los salarios representen lo suficiente para independizarse y formar su propio hogar. Y si para ello hay que reducir los impuestos laborales y cambiarlos por IVA (guste o no guste en Bruselas), pues se hace.

Pero, los jóvenes no están representados ni por la CEOE ni por CCOO y UGT, esos presuntos polos contrapuestos que aceptan la moderación salarial y el despido imposible de los veranos... todo a un tiempo.

Eulogio López