Calificada como la mejor película europea del año, y premiada con multitud de galardones, Toni Erdmann es interesante pero claramente está supervalorada. Un individuo veterano, Wilfried, dotado de un peculiar sentido del humor, viaja a Bucarest a visitar a su hija Inés, que trabaja como ejecutiva de una importante consultora internacional. El estrés que preside la vida de esta joven le dejará preocupado por lo que decidirá alargar su estancia en Rumanía para ayudarla, a pesar de su clara oposición porque se avergüenza de él. Para limar asperezas, este padre inventará un personaje imaginario: Toni Erdmann, capaz de "liarla" en cualquier evento. Esta tragicomedia interesa porque plantea temas universales sobre la relación paterno-filial y la búsqueda del sentido de la vida y la felicidad, que se traducen en escenas catárticas  cuando padre e hija interactúan. Pero esta cinta va más allá mostrando un retrato de la sociedad moderna  y los temas candentes en la Europa actual. De ahí que radiografíe la deshumanización de ese mundo que fabrica seres humanos con relaciones personales defectuosas, donde el éxito profesional está en la cumbre de la pirámide, aunque produzca infelicidad, sin olvidar denunciar la voracidad de las multinacionales y la dureza de los países ricos frente a los emergentes. Todo ello salpicado de momentos donde se producen anécdotas graciosas debido al comportamiento y las ocurrencias estrambóticas del personaje de Toni Erdmann. Es decir, hay un poco de todo; desde descripciones psicológicas de los personajes hasta cierto absurdo. Sin negar la inteligencia del guión, la película no acaba de ser redonda porque introduce escenas sórdidas que no aportan demasiado (la del pastel) y, a medida que avanza su desarrollo, empieza a pesar su largo metraje (dos horas treinta minutos minutos) y su ritmo sosegado, sin encontrar mucho sentido al excesivo histrionismo de algunas secuencias. Para: Los que les guste el cine europeo aunque sea irregular y tenga estridencias Juana Samanes