Decíamos ayer miércoles, a propósito de Charlie Hebdo, que el debate en  Europa tiene muchos frentes, pero que es un error relegar, al hablar del  yihadismo, el papel que ha jugado el  cristianismo en la configuración esencial de la cultura del  Viejo Continente. En otras palabras, sin el cristianismo y los valores que porta, Europa es incomprensible. Dicho lo cual, se entenderá mejor el ingrávido discurso de Juan Luis Cebrián, presidente ejecutivo de El País y del grupo  Prisa, en el homenaje de ayer a la revista satírica francesa, otra prueba del algodón de las miradas esquivas para distorsionar interesadamente un debate. Es lo mismo que hace, a miles de kilómetros, Erdogan en su discurso sobre la islamofobia. Cebrián es más sibilino todavía.

El presidente de El País pide
al obispado de Córdoba que
"deje deje de agredir a los españoles de Al Aldalus para frenar el fanatismo religioso"

El problema de Europa no está en la islamofobia o el antisemismo, decíamos ayer y repetimos hoy, sino en los intentos -sean subliminales o explícitos- para desplazar el cristianismo. Y es ahí donde entra el académico Cebrián. Su disección del problema es de los que marcan época como quien dice. A ver, si no, que diga una sandez como la siguiente, a propósito de la catedral, también mezquita, de Córdoba: "Hay que reclamar más tolerancia, menos fanatismos religiosos. Que el obispado de Córdoba deje de agredir a los españoles de Al Aldalus. Es una ofensa innecesaria. Actitudes como esa son las que abonan las actitudes del odio y el fundamentalismo" (sic). ¿Cabe una interpretación tan mezquina? Lo traduzco en otras preguntas: ¿de verdad que el problema, para Cebrián, es ese y no el otro, el del fundamentalismo islámico?, ¿de verdad que el obispado de Córdoba está agrediendo a los 'españoles' de Al Andalus?, ¿qué es Al Andalus, la España actual o la España de entonces, dominada por los omeyas?


No se entiende una tergiversación de la realidad de ese calibre. Perdón, sí se entiende, aunque haya que echar mano a la teoría de la ceguera del nada sospechoso (para Cebrián) José Saramago. Hace falta tener una rabia inmensa hacia la Iglesia y lo que representa. De lo contrario, en efecto, no se entiende.


Va a resultar, según Cebrián, que el problema religioso, para facilitar la pacífica convivencia entre los creyentes de distinto signo, se va a resolver bajándose los pantalones en el gran problema de las 'denominaciones de origen', por llamarlo de algún modo, y poniendo laureles al de enfrente. Pelín provocativo, ¿no? Sobre todo, como todo el mundo sabe, cuando la mezquita de Córdoba se asienta sobre un templo visigodo. Y ahora es catedral. De mismo modo que sobre el Panteón de Agripa, en Roma, se asentó después una basílica cristiana. No se ha alterado el esplendor artístico de los omeyas, aunque posteriormente -al hilo de los cambios históricos- el culto pasó del islam al catolicismo y el templo volvió a su origen y se convirtió en catedral de la ciudad. El argumento es tan híbrido como que los cordobeses de 1236 (de esa fecha estamos hablando) se hubieran planteado destruirla entonces porque uno de los artífices de esa joya fue Almanzor, que antes de perder el tambor en Calatañazor había sembrado el terror en toda la España cristiana.

¿De qué estamos hablando?, ¿de reescribir la historia?, ¿de olvidar que la ocupación musulmana de la España visigoda comenzó en Guadalete en el 700 y de que la Reconquista acabó hace cinco siglos?

La demagogia de Cebrián tiene dos apéndices más, que recuerdan a uno de los dibujantes de Charlie Hebdo cuando explicaba la nueva portada y decía: "Soy Charlie, soy judío, soy musulmán, soy policía… soy ateo", como si los únicos ataques de esa revista burlona hubieran sido sólo a los mencionados. No, hombre, debía deber añadido también "católico", aunque sea por decoro, por el número de veces que esa publicación satírica ha puesto de vuelta y media a la jerarquía católica con dibujos soeces, sin duda (ya saben, mucho culo y poca vida celestial) en un país laico constitucionalmente pero con mayoría católica. Y todo sea dicho, también, cómo no, gracias a la libertad de expresión.

Los dos apéndices de Cebrián son, uno: "Lo que estamos viviendo es un ataque a los valores de la Ilustración, los valores europeos representados por la Revolución francesa". Una visión, en fin, tan sesgada, como irrelevante. Lo decíamos ayer precisamente: la Revolución francesa, fruto del pensamiento ilustrado, es sólo una referencia histórica de hace dos siglos, que coincide con la invención de una gran máquina de matar, la guillotina.

La transformación que supuso la Revolución francesa, a largo plazo, fue un avance hacia la democracia actual, pero con dos matizaciones: es la primera vez en que la ira revolucionaria se concreta, por cuestiones de odio religioso, en la matanza de miles de cristianos, simplemente por el hecho de serlo, porque mantenían su libertad de pensamiento. Nadie lo ha explicado mejor que Chateaubriand en sus Memorias de ultratumba, como al rememorar los sucesos de La Vandée. Por eso, el pensador francés es un referente para la regeneración política, inseparable de la regeneración moral. En la guerra de La Vandée, la ira revolucionaria se tradujo en una orgia contra la fe, con la masacre de miles de católicos. Con la piel de los hombres se fabricaron alpargatas y otras calzados, y con las de las mujeres y niños, guantes para el frío.

El segundo matiz: esa revolución, pasada por la sangre, prosperó después pero desmontando gran parte de los despropósitos y tropelías que había provocado precisamente el pensamiento ilustrado. Esas mismas tropelías, fundamentalmente de orden filosófico, se tradujeron 140 años después en las dos grandes tragedias del siglo XX: el nazismo y el comunismo. Lo explica muy bien Albert Camus en El hombre rebelde. El primer genocidio por el odio a la fe, que es lo que olvida Cebrián, tuvo lugar en el París de entonces haciendo cierta esa consideración de que la revolución produce monstruos.

El otro apéndice de Cebrián es su cita a tres sabios españoles, dos musulmanes y uno judío: el poeta del siglo XI Ibn Hazm, el filósofo Averroes y el médico Maimónides (ambos del siglo XII), como ejemplos de la lucha contra el 'fundamentalismo' en esa la época. Me parece muy bien y están en los libros de los escolares. Pero hay muchos más y también cristianos. ¿Por qué no añadir a esa lista, por ejemplo, a san Isidoro de Sevilla, del siglo VII de la España cristiana, cuya obra Etimológicas fue un referente enciclopédico para la Europa medieval?

Rafael Esparza

rafael@hispanidad.com