Cuenta Kiko Argüello, el fundador del Camino Neocatecumenal, que envió un equipo a montar una comunidad Kiko en Finlandia. Dos de los miembros viajaban en un barco hacia una isla. Entre los pasajeros había una chica que les llamó la atención por su belleza. Una muchacha joven, sin otros rasgos visibles que los de su hermosura.

De pronto, la muchacha saltó por un ventanal de la nave al agua helada. Los dos kikos corrieron al capitán y le dijeron que detuviera el barco para intentar salvarla. Y este le respondió dos cosas:

  1. Inútil detener el barco. En aguas gélidas ningún ser humano puede sobrevivir más allá de un par de minutos. La chica ya estaría muerta.
  2. Y no pidan que me asombre. Esta no es la primera vez que ocurre ni será la última. Son muchos los jóvenes que se suicidan así.

Les falta Cristo, quien no sólo es la esperanza para el más allá sino también para el más acá

Esto me recuerda que, cuando yo estuve en Finlandia, la guía me explicaba que el problema de un país con alto nivel de vida, incluso en la época de comunismo ‘light’, consistía en que no había luz y eso llevaba a vivir en una película en blanco y negro. Todos acaban en el psicólogo, los varones en el alcoholismo y, al final, en el suicidio.

Me temo que ese diagnóstico habría que traducirlo así: no se puede sustituir a Cristo por el dinero. Si la vida no tiene una razón de ser, un porqué, deja de tener sentido. Sobre todo para los jóvenes, que son los que más necesitan, y de forma imperiosa, ese porqué.

Quien tiene un porqué para vivir acabará encontrando el cómo

Y el que no se suicida camina por la vida como un pollo sin cabeza: ni ve, ni oye, ni siente. ¿Para qué se va a suicidar un mero superviviente?

La joven finlandesa que se suicidó tirándose al mar: un signo de nuestro tiempo.

Al fondo resuenan las palabras de Victor Frankl, el creador de la logoterapia: Quien tiene un porqué para vivir acabará encontrando el cómo.