• Moscú estrecha lazos con Pekín para combatir las sanciones económicas europeas y el 'fracking' (fractura hidráulica) de EEUU.
  • El gas, como el petróleo para Arabia Saudí, es un arma estratégica para no perder influencia en el continente.
  • Y Gazprom tiene músculo de sobra para aguantar la caída de ingresos por los precios del petróleo o por las presiones europeas y americanas.
  • La estatal rusa será el gran suministrador de gas a China, que irá a más por el propio dinamismo de su economía.

El gigante gasista ruso Gazprom vive en un sinvivir, atrapado en un debate de difícil solución: reducir las exportaciones de gas para apoyar la subida de los precios o mantener los volúmenes de producción para no sujetar su fuerte cuota de mercado. Es muy parecido al debate de Arabia Saudí en lo suyo, el petróleo, como primer productor del mundo. Puede bombear lo que quiera, resistiendo periodos de bajos precios, pero al mismo tiempo no consentiría dejar de ser la pieza decisiva. La actividad en los dos casos, gas o petróleo, se convierte así también en un arma estratégica, de influencia. Mientras Arabia juega sus cartas para neutralizar a su gran enemigo en la región, Irán, Rusia está tentado de hacer lo mismo coqueteando con China. Son campos distintos, en efecto, pero ni Rusia ni Arabia se resignan a quedar relegados. Gazprom con el gas puede decidir tanto como Arabia con el petróleo y afrontar las condiciones actuales que le penalizan. En el caso ruso, el golpe es doble. Por un lado, las sanaciones de Europa y Estados Unidos por su intervención en Ucrania están castigando a su sector energético. Y por otro, la estatal rusa afronta un recorte de ingresos por la menor demanda europea de gas. Y junto a eso, no olviden las acusaciones a Rusia de la comisaria europea de Competencia, la danesa Margrethe Vestager, por abuso de posición y monopolio en el sector o, por el lado americano, el potencial americano para vender gas licuado (GLP) a partir del próximo año. Estados Unidos se ha hecho fuerte gracias al fracking (fractura hidráulica). El efecto directo de las sanciones económicas occidentales se traduce fundamentalmente en un recorte de los beneficios del gigante estatal ruso Gazprom (en 2014 ganó un 90% menos). El horizonte para este año no es el mismo, pero guarda grandes semejanzas. Los contratos de gas suelen estar indexados al crudo, y a pesar de la relativa corrientes alcista en los precios de los últimos meses, la caída desde el verano ha sido del 40%. Y si los precios siguen del petróleo -y los del gas, por tanto-, Gazprom se resiente. Tiene capacidad para aguantar, como Arabia con el petróleo, pero todo indica que los precios no recuperarán los niveles de hace un año hasta dentro de dos. Hay también un efecto indirecto de las sanciones: el acercamiento de Rusia a China. De hecho, ya en 2014 firmó dos importantes acuerdos de gas importantes con el régimen comunista. El primero de ellos, firmado en mayo, arrancó se septiembre con la construcción de un gasoducto para trasportar gas desde Siberia. Ese acuerdo, valorado en casi 365.000 millones de euros, llevará 38.000 millones de metros cúbicos anuales a China a partir de 2018. Y junio, se firmó otro acuerdo para trasportar otros 30.000 millones de metros cúbicos de gas siberiano a través del sur de Rusia. Sólo la suma de esos dos acuerdos (equivalentes a 68.000 millones de metros cúbicos) representan la mitad del gas que exporta Rusia a Europa en la actualidad (140.000 millones de metros cúbicos). El 30% del gas que consume Europa proviene de Rusia. Y es lógico pensar, que el suministro a China irá a más, cuando las infraestructuras estén concluidas. Incluso cabe preguntarse si China será con el tiempo el mayor consumidor del gas ruso que la propia Europa. El potencial económico del gigante asiático es imparable y el país necesita, paralelamente, reducir su dependencia del carbón 8más contaminante). Y Rusia tampoco olvida la alternativa de India, otra potencia en la demanda de energía. Rafael Esparza rafael@hispanidad.com