Sr. Director:
Ayer, 2 de diciembre, se conmemoró a la mártir Santa Bibiana. Poco se sabe de ella. Sólo que existió, posiblemente a finales del siglo III, y que tiene dedicada una Basílica en Roma, próxima a la célebre Stazione Termini.

 

No puedo por menos de acordarme de Bibiana Aído, ministra de igualdad. El jueves pasado estaba eufórica al término de la sesión parlamentaria que ha dado vía libre a la tramitación de la reforma legal que va a convertir en un derecho de la mujer el abortar, es decir, el matar al niño que lleva dentro. Tan contenta estaba que se fue con las demás ministras y otras feministas (?) a celebrarlo a un bar cercano tomándose unas cañas.

Aunque quizá no nos salga, hay que rezar por ella y, en general, por nuestros gobernantes. Para que legislen teniendo en cuenta el interés general de los españoles, y "pulsen" el ambiente de la calle, lo que preocupa de verdad a los ciudadanos.

El listón es alto. Esta tarde, otra andanada: la Comisión de Educación del Congreso de los Diputados ha aprobado una proposición no de ley en la que se insta al Gobierno a aplicar en todos los centros escolares la jurisprudencia del Tribunal de Derechos Humanos de Estrasburgo que asegura que los crucifijos en las aulas son "una violación de los derechos de los padres a educar a sus hijos según sus convicciones" y de "la libertad de religión de los alumnos".

Lo que a todas luces vulnera el derecho de los padres es la asignatura EpC; la PDD que se puede dar sin control a menores; el que una chica menor de edad pueda abortar sin conocimiento de sus progenitores; la educación sexual que se quiere imponer como obligatoria en los colegios a partir de los once años, etc.

Después del aborto vendrá la eutanasia, y la nueva ley de "libertad" religiosa. Lo de hoy en el Congreso parece un "aperitivo" con lo que se avecina.  Pero hay que ser optimistas. El estar en posesión de la Verdad nos hace libres. Y, con la Declaración de Manhattan del pasado día 20 de noviembre, siempre y totalmente daremos al César lo que es del César, pero bajo ninguna circunstancia daremos al César lo que es de Dios.
Fernando Ferrín Calamita