Sr. Director:

La inmigración es uno de los temas que más preocupan en la pastoral del Papa Francisco. Pero quizá debido a su propia biografía o a la labor de sus asesores, parece identificar el gravísimo problema que significa la actual inmigración masiva y mayoritariamente de origen africano, con la que llevó a sus ascendientes italianos hacia Argentina (el feísimo conjunto escultórico que ha inaugurado en la Plaza de San Pedro confirma lo anterior). Y también parece confundir a quienes emigran de sus países aspirando a mejorar económicamente, con los refugiados que huyen por cruentas guerras o persecuciones políticas. Estas aparentes confusiones, además de viciar el análisis de las causas y diagnósticos sobre este gran problema, inducen al error cuando se buscan posibles soluciones en un tema no dogmático; soluciones que quedan enmarcadas en la difusión de dos o tres manidas consignas («hay que tender puentes y no muros», «toda inmigración nos enriquece», etc.), junto a alguna cita bíblica de forzada aplicabilidad a una cuestión tan compleja. Sin embargo, es precisamente un cardenal africano de no cómoda biografía, Robert Sarah, quien nos alerta del peligro que supone para Occidente la actual inmigración masiva africana: un tráfico humano que califica como «nueva forma de esclavitud», que daña también el futuro de África.