Sr. Director:

La visita a los campos santos, como siempre se han denominado en la larga tradición católica a los lugares sagrados, donde descansan los muertos hasta el juicio final, está siendo sustituida, en algunos lugares, por un recorrido cuya finalidad es admirar las piedras, olvidando los difuntos. En otros lugares, la noche de ánimas es un pretexto para los exhibicionismos demoníacos y orgiásticos del culto al terror y al miedo, según el nihilismo postmoderno de la calavera y de la calabaza que son símbolos, además de cuernos rojos y fauces draculianas, muy del Halloween de moda, hecho in USA.

Zorrilla, en su Tenorio, émulo y colofón del Don Juan de Moliere y del Burlador de Sevilla del fraile mercedario Tirso de Molina, introduce el cementerio como lugar dramático esencial que dinamiza y dignifica toda la acción dramática: entre banquetes de convidados de piedra, estatuas que se mueven y con quienes habla, discute y a quienes reta; sepulcros que se abren, transcurre el acto tercero, que se acota como: Misericordia de Dios y apoteosis del amor.

Sitúa allí, el genial dramaturgo vallisoletano, toda una sucesión escenas a cada cual más atrevida y osada: desaparición de estatuas de sus pedestales; sombras, espectros y espíritus pululan por el escenario como la más atrevida osadía, incluido el mismo entierro de Don Juan que lo contempla aterrado mientras suena el canto gregoriano de difuntos.

Todo culmina cuando Doña Inés, quien había muerto, toma de la mano a Don Juan y le hace declamar aquellos memorables versos repetidos durante siglos, emocionando a los rendidos espectadores, que salían del teatro meditabundos, seducidos por la fuerza de los versos memorables: Más es justo; quede aquí notorio/que pues me abre el purgatorio/ un punto de penitencia/ es el Dios de la clemencia el Dios de Don Juan Tenorio.