Sr. Director:
He leído esta mañana con gran asombro el pequeño artículo de opinión que ha publicado en su periódico -le echo un vistazo todo los días- sumándose a la tesis perversa de que los "preferentistas" fuimos inversores y no ahorradores.

Hasta Soledad Becerril, la Defensora del Pueblo -¡ja!- dijo algo así hace unos días en TV. De algunos no me extraña que lo digan. Ya sabe que hay mucho golfo y "sobrero" en nuestra profesión, pero nunca pude imaginar que usted también repitiera esa copla.

Dice que el inversor ya sabe que unas veces puede ganar y otras perder, pero aquí, por la peculiaridad del producto, eterno y sin mercado abierto y trasparente donde negociarlo, sólo se exponías a perder. Rarísimos inversores estos.

Si fuera alguna vez a una asamblea de perjudicados por las preferentes, vería las caritas de marujas y jubilados, víctimas de esa monumental estafa. Ya me diría entonces si tienen pinta de aprovechados inversores que pensaban sacar una buena tajada metiendo los ahorros de una toda una vida en un producto financiero agusanado que ni siquiera sabían lo que era.

Yo voy a contarte muy sucintamente mi caso. Al levantar el vuelo mis siete hijos y fallecer mi mujer de muerte súbita el 1 de diciembre de 2009, decidí vender el chalet pareado en el que vivíamos en Collado Mediano. Lo conseguí, a precio de saldo, en julio de 2011, por el que me pagaron 275.000€. Unos años antes hubiera sacado casi el doble. De acuerdo con mis siete hijos, decidimos dedicar ese dinero a la construcción del centro parroquial -la parroquia está muy mal de locales- en unos terrenos inmediatos a la iglesia, cuyo proyecto redactó uno de mis hijos, arquitecto. El párroco gestionó la autorización del arzobispado y hasta el Sr.cardenal me mandó una carta personal agradeciendo nuestro gesto.

Aquella cantidad la ingresé entera en mi c/c. de la Caja de Ávila, en la que venía operando desde hacía muchos años a plena satisfacción. El director de la sucursal, que me ofrecía total confianza, me convenció que el dinero en la cuenta no generaba sino gastos, y que era mejor "ponerlo a trabajar", aunque sólo fuera por unos meses. Me presentó varias opciones, si bien me aconsejaba sobre todo la suscripción de participaciones preferentes, al "desorbitado" interés del 3'75 % anual. Nada, pues, del 6% que has dicho tú, o del 7% que propagan otros. Pero nunca me dijo que fuesen participaciones a perpetuidad, o sea, hasta el Juicio Final, si quería la Caja. Incluso le insistí que necesitaría el dinero dentro de unos meses, en cuanto comenzara la obra. Me respondió que no me preocupara, que tan pronto como quisiera venderlas, en un par de días o tres ellos mismos se encargarían de darles salida en el mercado secundario o, en su defecto, la propia entidad las recompraría. Esto era ya en ¡noviembre de 2011!, cuando ellos estaban más que al cabo de la calle del desastre financiero en el que estaban metidos.

Me presentó una hojas ("firma aquí abajo") llenas de letra menuda, que eran el contrato de compra-venta que ni siquiera pude llevarme a casa para leerlo con tranquilidad y ver si había trampa, como realmente la había. Pero ¿cómo iba a dudar de ellos si eran mis mejores asesores financieros Incluso un tiempo después, pocas semanas antes que estallara el escándalo, me pidieron el contrato para validar no se qué y ya no he vuelto a ver, pese a que lo he reclamado en varias ocasiones.

El resto de la historia, que sigue y seguirá hasta que nos veamos las caras en los tribunales, por mucho que los amanuenses de la mano egipcia quieran embarullarlo todo, se lo puede imaginar.

Yo me he quedado sin una gran parte de aquella suma, la parroquia sin el centro parroquial que tanto falta nos hace, y los pillos que me mangaron el dinero, como a otros cientos de miles de pequeños ahorradores, paseando tranquilamente por la calle, aunque apartados de las sucursales en las que engañaron a los clientes y escondidos en las covachuelas bancarias, para que los estafados no se tomen la justicia por su mano.

Yo he logrado averiguar dónde está el que abusó con malas artes de mi confianza plena en él, pero no quiero causarle ningún daño ni siquiera crearle mala conciencia -si es que tiene conciencia- para que no pueda dormir tranquilo. Me atengo a lo que dice el Padrenuestro: "perdona nuestras ofensas, como nosotros perdonamos a los que nos ofenden...". Usted también debe pensar en lo que escribe.

Vicente Alejandro Guillamón