
Me asegura un amigo, realmente sabio, desde luego mucho más que yo, que hay que cambiar el modelo filosófico actual, porque no estamos ante una era de cambios sino ante un cambio de era. Asegura que se necesita otra filosofía para una sociedad que ya no está basada en el hombre sino en la tecnología. Ojo, que hablo de un humanista, que ve el maquinismo, la propia inteligencia artificial, como realidades que deben estar al servicio del hombre.
Pero yo creo que no. Yo creo que la IA es nueva, el maquinismo acentuado también lo es... y que por eso hay que echar mano de la filosofía antigua, entre otras cosas porque las nuevas filosofías suelen ser malas filosofías. La humanidad es un árbol. El progreso consiste en que crezcan las ramas, no en cambiar el tronco ni mucho menos las raíces. Porque sin las raíces, el árbol se muere. Puede que, de vez en cuando, haya que podar las ramas, pero no las raíces.
De vez en cuando hay que escuchar a Xabier Fortes para que uno se entere por cuál barranco se precipita el mundo. Porque tengan en cuenta que hay muchos barrancos.
Digo que hay que mantener la vieja filosofía, ahora más que nunca, en la sociedad digital, una vieja filosofía que tiene dos columnas: Platón y Aristóteles, o si lo prefieren en tono cristiano, Agustín y Tomás.
Dos columnas que son dos ideas. La primera, existe el espíritu. No Dios, sino lo espiritual. Dios es espiritual pero hay otros muchos espíritus. Es decir, existen cosas materiales y cosas inmateriales. Esto es Platón.
Aristóteles, por la misma vía, la existencia del Espíritu, llega a la conclusión de que el universo tiene un comienzo aun cuando no tenga fin. Y como lo fácil es explicar unas cosas por otras, evolución, lo difícil es explicar el salto de la nada al ser o, si lo prefieren, el salto de la no existencia a la existencia. Y claro, el griego llega a la conclusión de si de la nada no surge nada, tiene que haber un ser que sea el origen que tenga en sí mismo la existencia. A ese ser al que Aristóteles llama Dios.
Tranquilos ateos, aún estamos muy lejos de Jesucristo.
Estas dos ideas, la existencia de lo espiritual, de lo que no tiene principio ni fin, lo que no tiene partes y lo que no hay manera de matar (la muerte no es otra cosa que disgregación). Y esta filosofía es tan válida hoy como ayer y como siempre, porque las raíces del hombre son las mismas, hoy que hace 4.000 años. Las ramas cambian, las raíces no.