El precitado Borrell, en pleno delirio triunfalista, afirma que hay que llevar a Europa la revolución española. Sí, ya sé que usted, amigo lector, se está preguntando a qué revolución se refiere, pero es que usted, no se ofenda, peca de conservador. Hablamos de la revolución Zapatero: aborto libre, manipulación de embriones, clonación terapéutica, divorcio fácil, matrimonio gays, adopción sarasa y eutanasia (lo que hemos denominado como política del caca-culo-pedo-pis, también llamado progresismo). El enemigo, por tanto, del PSOE, no es el PP, sino la Iglesia. El PP sigue deambulando en una especie de conservadurismo "light". O como decía el también mencionado Mayor Oreja, "el principal objetivo del cristiano en política es la tolerancia". O sea, una mariconada.

 

En estas estábamos cuando la Conferencia Episcopal Española lanza (jueves 27) un comunicado frente a las maravillosas políticas del Gobierno Rodríguez Zapatero, también conocido por Mr. Bean en versión muñeco diabólico. Los obispos ("en un lenguaje duro", afirma El País, que para estas cosas es muy ‘sensitivo') cuestionan la "legitimidad del Estado" si permite y alienta el homicidio en sus más diversas formas, porque el valor fundamental de la vida excede la autoridad del Estado.

 

Y tiene toda la razón. Quizás, habría que haber tomado tierra y cuestionar la "legitimidad del Gobierno", para ser exactos del Gabinete Zapatero, no la del conjunto del Estado. A estas alturas, el enfrentamiento entre el Cristianismo y el modernismo es frontal y brutal. Nunca, tampoco con Felipe González, se había atacado a la vida, a la familia y a la Iglesia con tal ferocidad, eso sí, con un nuevo ‘talante' que busca el consenso. Han hecho bien los obispos en cuestionar la legitimidad del Estado: a grandes males, grandes remedios.

 

Como casi siempre, lo que ocurre no es nuevo en la Historia. En tiempos de Carlos III, los muy ilustrados laicos que le rodeaban (casi todos pertenecientes a la masonería) consiguieron que el muy ilustrado monárquico, el ancestro favorito de don Felipe de Borbón, expulsara a los jesuitas de España. Más aún, con la colaboración de otras logias europeas, igualmente ilustradas y laicas, consiguieron que el propio Papa disolviera la Compañía de Jesús. El odio a los jesuitas por parte de los ancestros de Mr. Bean es muy lógico: los jesuitas eran los cristianos más sabios, más científicos y más fieles a la Iglesia de aquel entonces. Y claro, eso no se podía consentir, de la misma forma que ahora los artistas, escritores o pensadores cristianos están excluidos de los medios más influyentes.

 

Pues bien, una de las causas aducidas para disfrazar la expulsión fue la doctrina del tiranicidio, defendida por buena parte de la Compañía: un tirano por el hecho de serlo pierde su legitimidad y se puede justificar moralmente su muerte. Y claro, eso no podía permitirlo don Carlos, que la Ilustración nunca le ha hecho ascos al despotismo. Los jesuitas deslegitimaban al tirano: los obispos españoles deslegitimaron a Zapatero. Es lo justo.

 

Ahora bien, los jesuitas, purificados por la persecución del siglo XVIII, renacieron en el XIX con más fuerza que nunca. De la misma forma que el martirio de los primeros cristianos convirtió al Imperio Romano y cambió el mundo, así la persecución que ahora asoma sus fauces, esos sí, con el talante y el diálogo propio de Mr. Bean, y con los nuevos aires que recorren la vieja Europa, será para bien de la Iglesia. Necesitamos una persecución: ya casi está aquí.

 

Eulogio López