• La imaginación no crea: compone sobre lo creado por Dios.
  • Y no existe la bolsa de las ideas, es decir, una referencia objetiva sobre el valor de una idea.
  • El problema de los derechos de autor es que se trata de una cuestión de grado, no de naturaleza.
  • ¿Es justo cobrar por nuestra actividad profesional, intelectual o artística? Sí, pero no disparatemos.

Seguimos debatiendo y discutiendo (¿no es lo mismo?) sobre propiedad intelectual, derechos de autor y cuestiones anexas. Sinceramente, considero que no hace falta darle tantas vueltas al asunto. El problema ético de la propiedad intelectual es que es una cuestión de grado, no de naturaleza… y que es una cuestión inmensa e inconmensurable, difícil de graduar en bien y en mal. No sé si se acuerdan pero el bien y el mal son los dos objetos de la ética. Respecto a lo primero, porque todos nos estamos robando ideas sin mala intención, constantemente. Es lo que llamamos pensar. Todo nos viene dado por otros y lo más que podemos hacer es alargar una milésima más el pensamiento para llegar a un asomo distinto de mini-conclusión personal. El novelista dice crear una narración pero lo cierto es que se trata de un mejunje de ideas que ya se le ocurrieron a un griego hace 2.500 años. Todo lo que hoy está en la imaginación, y que, en nuestra vanidad, creemos original, estuvo antes en los sentidos. El dragón es un ser imaginario compuesto de escamas de pez real, cola de serpiente muy real, dientes de felino muy tangible más el fuego que encendemos de forma cotidiana en el hogar. El dragón no lo inventó nadie: lo aportó alguien a partir de lo que previamente se le había dado. La imaginación no crea: compone sobre lo creado por Dios. El problema de la propiedad intelectual es que queremos vivir, y hasta comer, de ese pensamiento. Entonces hay que patentarlo como si fuera nuestro -ahí nace la industria cultural- para convertirlo en propiedad privada, que hay que defender con uñas y dientes… porque de ello depende nuestro cocido diario. No lo discuto, soy un admirador de la propiedad privada, sobre todo de la pequeña, cuna de la libertad, pero también sé que la ética no depende del cocido. Por otra parte, no existe la bolsa de las ideas. En esa aportación colectiva (con avances y retrocesos, dicho sea de paso) no existe una referencia de valor, que decida el precio de la aportación de cada cual. Este es el problema más práctico, el de todos los días. Los periodistas sabemos mucho de robos incólumes de exclusivas. Tú das la pista pero basta que otro medio aporte una diminuta circunstancia a tu esencia para que puedan publicarlo como propio y defender ante un tribunal que no te han copiado. Tal es el pan nuestro de cada día. Dicho esto: ¿hay que salvar la propiedad intelectual? Sí, hay que hacerlo. Si no, perderíamos la posibilidad de valorar, por ejemplo, la enseñanza, que no deja de ser una transmisión de propiedad intelectual. Pero tampoco se puede convertir la PI en una especie de policía permanente que separe mi aportación (me niego a hablar de creatividad: el hombre no crea, sólo transforma) de la ajena. Imaginemos el lío que se armaría si alguien se erigiera con la propiedad del mito de Sísifo o con la del contenido del relato bíblico del pecado original y pretendiera cobrar por su uso. No habría ley que pudiera subsumirlo y se aplicaría, al final, la ley del más fuerte. Anda, ¡si eso es lo que está ocurriendo! Lo de siempre, que las diferencias de grado nunca llegan a ser diferencias de naturaleza, por mucho que el amigo Hegel se empeñara en ello. Y claro, mejor regular con cuidado aquello que, por su complejidad, resulta inabarcable. Sí ya sé que hay casos flagrantes pero no dejan de ser las excepciones que confirma la regla. Sobre propiedad intelectual, mucha humildad y mucha comprensión. Porque ninguno estamos libres de pecado. Ninguno creamos. ¿Es justo cobrar por nuestra actividad profesional, intelectual o artística? Sí, pero no disparatemos. Eulogio Lópezeulogio@hispanidad.com