Sr. Director:

Las primeras palabras del pontificado de San Juan Pablo II dirigidas a todo el orbe fueron: “NO TENGAIS MIEDO”. Son palabras que recoge el Evangelio pronunciadas por Jesucristo que, además de dar ánimo, persuaden a quienes van dirigidas con el propósito de no caer en tentaciones fáciles, así como para superar adversidades, persecuciones y toda suerte de obstáculos. Por miedo, los apóstoles abandonaron a Cristo en su prendimiento; por miedo, Pedro lo negó tres veces; por miedo, Pedro se hundía sobre las aguas del mar cuando caminaba hacia el Señor.

Con todo, y a raíz de la pandemia, los templos y las parroquias, debido a normas sanitarias preventivas, han sufrido variaciones, concretamente en la celebración de la Santa Misa, como por ejemplo a la hora de impartir la sagrada comunión. A tal efecto, es doloroso observar cómo en diversas iglesias solamente se permite comulgar en la mano, incluso negándola si se pide recibirla en último lugar pero en la boca; aunque más doloroso es ver cómo en aquellas otras que se permite comulgar de esta forma, son pocos los fieles que se acercan al presbiterio para recibirla en la lengua. En puridad de criterio pienso que el Hijo de Dios sacramentado nunca se puede contagiar y, por esta razón, a su vez tampoco puede contagiar a quienes se acerquen a recibirle, como desde antiguo prescribe la Santa Madre Iglesia, en la boca. Para quienes el miedo atenaza su ser, y puestos a ser escrupulosamente críticos, es obvio advertir que el contagio se puede ocasionar en cualquier momento y circunstancia de nuestros quehaceres más cotidianos, incluso extremando la medidas de seguridad. En fin, debemos ser prudentes siempre, sí, que no temerosos, pues la sabia virtud de la prudencia recomienda seguir el camino más oportuno para alcanzar el bien noble y justo, pero nunca pararse o dar marcha atrás. Estar pávidos por el temor, puede originar una esclavitud encubierta y torticeramente justificada que nos impida actuar con la verdadera libertad que nos otorga la condición de ser hijos de Dios. Por ello, no perdamos el valor sobrenatural y el verdadero sentido del acto de fe que supone recibir la comunión, recibir al Salvador, al Medico, al Maestro. El miedo exacerbado, mezclado incluso con cierta comodidad, puede dañar el alma y quitar la paz.