Yo apostaría por la disolución pura y simple de las Conferencias Episcopales, un invento de anteayer, pero comprendo que soy muy talibán.
La Iglesia no se rige por instituciones porque no es ninguna institución: es el cuerpo místico de Cristo. Por eso, un convencido demócrata como el abajo firmante asegura que la Iglesia ni puede ni debe ser democracia. En una democracia se impone la división de poderes, esto es, un poder limita al otro y le sirve de contrapeso. Ahora bien, ¿quién puede ser contrapeso de Cristo? Nada atentatorio contra la libertad porque en la Iglesia no puede haber libertad interna sino externa. A nadie se le obliga a ser católico entre otras cosas, porque a nadie se le puede obligar a amar a Dios y a los hombres.
Es lógico que el mundo no entienda esto. Dos ejemplos: en una entrevista de Iñaki Gabilondo con Gregorio Peces Barba, ilustre padre de la Constitución y por estandarte de los comecuras del PSOE, el eximio jurista nos aseguraba que la libertad religiosa existe en España, lo que ocurre es que la Iglesia quiere privilegios. Ahora bien, el problema es que la libertad religiosa no necesita ley alguna por la misma razón: nadie puede obligarnos a amar o a odiar. Lo que sí exige un respaldo legal es la libertad de culto, porque el culto es externo y los cristianos, o cualquier otro credo, tiene derecho a expresarse en público. Ocurre lo mismo que con la libertad de pensamiento. Es una tontería tutelarla porque nadie puede obligarme a no pensar. Ahora bien, la traducción jurídica de la libertad de pensamiento es la libertad de expresión: tengo derecho a decir en voz alta o por cualquier medio de difusión, lo que pienso. A un jurista como don Gregorio debería serle sencillo distinguir esto.
En cualquier caso, los sucesores de los apóstoles son los obispos, no las conferencias episcopales y el Magisterio es lo que dicen los obispos siempre que estén en comunión con el Papa. En la Iglesia reina la más total libertad externa, a nadie se le obliga a ser católico, pero no la libertad interna en materia de fe, que es el objetivo principal de la Iglesia. Y esto ocurre en muchos ámbitos: el presidente del Santander está obligado a dedicar todos sus esfuerzos al Santander, ni tan siquiera puede dedicar un minuto a beneficiar al BBVA, porque es su competidor. Y si quiere beneficiar a la competencia, lo que tiene que hacer es dimitir del Santander. Lo mismo ocurre con un jugador de fútbol: Leo Messi no debe compensar sus goles con el Barça para beneficiar al Madrid, aunque sea una miajita. Si fuera libre para beneficiar al Real Madrid, Guardiola le sancionaría. Resumiendo, a nadie se le hace católico pero, si se hace, debe obedecer a su obispo. Y si no, que apostate. Y lo mismo ocurre con el Santander o con el Barça.
Pero volvamos a las Conferencias. En España, cuando no existía la CEE, el diálogo con el Gobierno lo llevaba el obispo primado, que ni tan siquiera lideraba la diócesis más poblada, la más importante. Y no ocurría nada. Me temo que las conferencias sólo han traído burocracia por su afán en calcar las estructuras civiles.
Pero que conste: el Papa no ha dicho que haya que eliminar las Conferencias: sólo lo he dicho yo. Lo que el Papa ha dicho es lo que ha dicho: la Conferencia para el obispo, no el obispo para la Conferencia.
Eulogio López
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