Cuando a Felipe González le preguntaron, seis meses después de abandonar Moncloa, su opinión sobre la gestión de José María Aznar respondió. Lo peor es que el Gobierno no tiene una idea de España.
Hoy debería decir que el Gobierno, el de su doble sucesor, en Moncloa y en Ferraz, José Luis Rodríguez Zapatero, simplemente no cree en España. No lo ha dicho, pero González sí ha remachado que Repsol no debe venderse a la rusa Lukoil. Se ha negado a dar las razones, pero están claras para todos salvo para el poderoso aparato de propaganda que mima a ZP -todo él en quiebra, pero esa es otra cuestión-, formado por los medios públicos, PRISA y Mediapro, más la ayuda vergonzante de Tele 5 y la elegante neutralidad de A-3 TV.
La operación Repsol indica que, en efecto, el presidente Zapatero no cree en España ni en su futuro y que le condena a ser un país de pymes, cada día que pasa más dependiente del exterior. Felipe González ha dicho que él impediría esa venta y se ha negado a dar las razones. No quería hablar de mafias rusas y no quería hablar de la defensa numantina que todos los líderes occidentales hacen de sus empresas estratégicas. Todos, menos ZP.
Veamos, en la petrolera -a la fuerza ahorcan- aseguran que no encontraban en España a nadie con el dinero suficiente como para pagar un 20% de Repsol -el paquete de Sacyr- a 27 euros por acción. Pero ahora resulta que los rusos, como buenos multimillonarios, han decidido quedarse con un 30% de Repsol sin pagar un euro, es decir con crédito facilitado, entre otros bancos... ¡por la propia Caixa, que es vendedora! Increíble pero cierto.
Es decir, no es que no hubiera españoles capaces de financiar la compra del 20% de Sacyr a 27 euros: lo que no había era voluntad de pagar el doble de lo que exigía el mercado, además de muchas ganas de marcharse de Repsol por parte de La Caixa, Caixa Catalunya y Mutua Madrileña (de Sacyr, origen del problema, mejor no hablar). Y mientras, el Gobierno Zapatero, calladito, hablando de españolidad pero dejando hacer. No sólo eso, certificando que no cree en el futuro de España y que lo poco que se tiene hay que venderlo cuanto antes. Por decirlo de otra forma, ZP está convirtiendo a España en un país de rentistas.
Mariano Rajoy dice que el Gobierno cede la primera industria del país a una empresa relacionada con la mafia rusa para hacerle un favor a Luis del Rivero, empresario próximo al Ejecutivo. O ZP da una explicación, o habrá que darle la razón al líder del PP, por más el patético vicesecretario general del Psoe, Luis Blanco, asegure que la culpa de la venta de Repsol la tiene el Partido Popular.
Por otra parte, al comprar a crédito, en primer lugar, se desvela el segundo culpable de la actual, y pavorosa, crisis financiera -el primer culpable, ya lo saben, se llama especulación-: el apalancamiento. Nadie compra con su dinero, que mantiene a salvo (ilusos: el dinero nunca está a salvo en sitio alguno) sino con deuda, y el excesivo endeudamiento es lo que está llevando a la ruina a las familias y empresas españolas.
Se me dirá que el problema de Repsol es que la constructora Sacyr no quería vender a 13 euros lo que compró a más de 26, por lo que necesitaba un comprador que estuviera dispuesto a pagar esa cantidad. Los rusos están dispuestos. En primer lugar, porque si les sale mal serán los bancos prestamistas quienes tengan un problema y, en segundo lugar, porque saben que Repsol vale eso y mucho más. Los rusos sí creen en su futuro y están dispuestos a pujar por mejor su posición. En España, por contra, quien logra el éxito empresarial sólo piensa en vender para vivir de las rentas y el que compra lo hace a crédito con la esperanza de obtener una plusvalía.
Ahora bien, que el Gobierno permita que su mayor empresa industrial caiga en manos de la mafia rusa porque una constructora se ha endeudado en exceso, no deja de resultar ilustrativo de una labor de Gobierno. Digámoslo claramente: lo ocurrido en Repsol tiene un diagnóstico muy simple. Tras años de dinero barato todos -Estado, empresas y particulares- hemos perdido el sentido del riesgo, lo que, traducido al roman paladino, significa esto: hemos perdido el sentido común, el que nos recuerda que las deudas contraídas se acaban pagando... salvo que no aceptes las reglas del juego, que es lo que hacen algunos grandes depredadores empresariales y algunos grandes gobiernos, como el ruso.
Todos estos intereses privados y egoístas, configuran un país en el que el patriotismo es un concepto bufo, que provoca sonrisas sardónicas.
Toda España está en venta porque nadie, empezando por su Gobierno, cree en España. Esa máscara del cinismo que es la vicepresidenta primera y portavoz del Gobierno, Teresa Fernández de la Vega, quien, como su jefe de filas, practica la tautología, ha comenzado la campaña para hacer tragable lo intragable. Al gobierno, nos explica este prodigio de la economía, sólo le preocupan dos cosas: la fortaleza de nuestras empresas y que Repsol esté dirigido por españoles.
Es muy loable que a un Gobierno le preocupe la solvencia de sus empresas y no su insolvencia, pero lo segundo tiene chispa: como siempre, la vicepresidente miente: pretende que Repsol seguirá siendo española aunque la propiedad no sea española si está dirigido por españoles (por ejemplo, por su propio hermano, que ha sido directivo de la firma y ahora es consejero de Petronor). Doña Teresa, e incluso el más lerdo de los cuarenta y cinco millones de españoles
sabe que la única potestad de un propietario es despedir al empleado y que, cuando los rusos se sientan lo suficientemente fuertes, echarán a los españoles porque, además, se dá la bella casualidad de que son del negocio y entienden de esto.
Con estas palabras, vuelve a repetirse el escándalo de Endesa, que fue vendida por el Gobierno (y bien vendida, porque ningún presidente de la democracia española tuvo tanto poder como ZP sobre los medios informativos) como una solución española cuando lo único que había era un pelotazo de la familia Entrecanales, tan millonaria como eco-progre, o sea, próxima al Gobierno ZP, y una entrega de la primera empresa productora de electricidad del Gobierno italiano.
ZP es lo que los argentinos llaman un vendepatrias, por la sencilla razón de que no cree en España. El presidente es como una plaga bíblica que nos ha caído encima a los españoles, amén de un personaje siniestro capaz de cualquier cosa -cualquiera- con tal de mantenerse en el poder. Desde luego, capaz del engaño permanente, con tal de permanecer como inquilino en La Moncloa. Por lo demas, ni cree en España ni cree en los españoles, y le regalará el Ministerio de Defensa con los tres ejércitos anexos al Principado de Andorra si con ello se asegura su continuidad en el trono.
Sólo detendrá la entrega de Repsol a Lukoil si ve que la operación -y hay indicios de ello- toca la fibra, no ya del desaparecido patriotismo español, sino de su sentido común, o de mero instinto de supervivencia, que se supone sigue latiendo en algunos españoles. En definitiva, si la gente empieza a convencerse de que tenemos a un majadero por presidente del Gobierno. Un majadero, eso si, al que sólo le preocupa su imagen personal y su permanencia en el puesto de mando. Lo demás, incluso destrozar el ya tocado tejido industrial español, le trae sin cuidado. ¿Es tonto Zapatero? Inteligente no es, desde luego, pero sólo se puede comprender su política desde su punto de vista: lo que no nunca hará será el mismo gesto de su antecesor a lo largo de ocho años: dijo que se iría en dos legislaturas y cumplió su palabra. Todavía estamos esperando una promesa similar de este desastre nacional, inquilino del Palacio de la Moncloa.
Estamos, en verdad, ante la demolición del tejido industrial español, realizado con la connivencia del Gobierno de España. No quedan libres de culpa los empresarios, aunque no sean los culpables -el culpable es el Gobierno que, pudiendo evitarlo por razones de interés nacional, no lo evita- pero si los causantes de la tragedia. Empresarios españoles que ponen en solfa el tejido industrial para solucionar un problema de deuda donde ellos, y sólo ellos, se han metido. Es cierto que un empresario se debe a sus accionistas, pero no menos a sus trabajadores, a sus clientes y a la sociedad a la que sirve y de la que se sirve.
Eulogio López
eulogio@hispanidad.com