El nombramiento del arzobispo de Toledo, Primado de España, monseñor José María Cañizares, vicepresidente además, de la Conferencia Episcopal Española, como nuevo cardenal ha llenado de ilusión a ese colectivo de fieles laicos (a los fieles se les presupone la fidelidad, como la valentía a los militares) empeñado en interpretar a la Iglesia con criterios laicos. Hablamos de fieles que, en este punto, se parecen mucho a los infieles, salvo en el pequeño detalle de la intención con la que se expresan. O sea, dicen lo mismo pero sin mala leche, es más, con fervoroso espíritu paterno. En definitiva, los infieles tratan de anular a la Iglesia, mientras que algunos fieles tienden, creo que a veces inconscientemente, a utilizarla para fines espurios, es decir, por su propio interés personal -el llamado Síndrome Federico- o ideológico, mucho más sincero pero igualmente espurio. Vamos a ver un ejemplo de este último.
Tenemos al diplomático Carlos Abella y Ramallo, que fuera embajador en Roma. En La Razón, don Carlos titula: Un cardenal para un pueblo. Nos cuenta, por ejemplo, que los cardenales, como príncipes de la Iglesia, son primus inter pares entre sus hermanos obispos y su pensamiento y conducta tiene gran eficacia ejemplarizadora.
Pues no, don Carlos. En la Iglesia, Cuerpo Místico de Cristo que no se rige por esquemas políticos nobilísimos esquemas, pero sociales, no cristianos-, un cardenal no es el primero entre iguales, ni puede ser el primo de los desiguales. El titulo de cardenal, por eso se les denomina príncipes de la Iglesia, es temporal, se refiere al Gobierno de la Iglesia, no a la evangelización de los pastores del Cuerpo místico. En este segundo sentido, que es el que valora un cristiano, un cardenal no es más que un obispo. Es más, un obispo es mucho más que un cardenal, si este no lo fuera, que suelen serlo. Y también un cura de parroquia de barrio bajo, y si me fuerza, cualquier seglar, que participa del sacerdocio de Cristo. Monseñor Cañizares ha recibido dos coronas cristianas en su vida: la de sacerdote y la de obispo. Al ser elevado a cardenal, lo único que ha aumentado es su poder, no su autoridad. De la misma forma que no es más obispo desde que ocupa cargos de responsabilidad ni en la Conferencia Episcopal, otra construcción humana, de Gobierno, de poder, en la sociedad humana de clerecía o la jerarquía eclesiástica, no en la autoridad del Reino. Precisamente por ello, he propuesto que desaparezca la Conferencia Episcopal, un organismo preferentemente administrativo, que no imparte magisterio. El magisterio lo imparten los obispos y siempre que estén en comunión con el de Roma, con el Papa, que es sí que aúna autoridad y poder de Gobierno. Sin embargo, qué cosa más rara, mi propuesta de desaparición de la Conferencia Episcopal no ha encontrado muchos adeptos. Allá ellos.
El error de D. Carlos Abella, se deja ver también en el titular. Monseñor Cañizares es un cardenal para un pueblo, pero mucho me temo que D. Carlos nada más mortífero que el elogio- escoge dicho título con toda la intención supongo que incluso buena intención-. Se refiere al pueblo español y a la unidad de España (ya saben, la cuestión territorial, que diría Rubalcaba) sencillamente porque Cañizares, un estupendo obispo, dicho sea de paso, cometió, creo, el error de afirmar que la unidad de España es un bien moral, y se ha convertido en la referencia clerical de quienes creen en la unidad de España. Yo creo en esa unidad y en su espléndida historia, creo que es un bien, pero no es un bien moral, porque la moral o es objetiva o no es, y hay cristianos de buena fe que no creen en dicha unidad. Por ejemplo, don Carlos: ¿Hubiese empleado usted ese titular si el ascendido al cardenalato fuera el arzobispo de Barcelona monseñor Lluis Martínez Sistach, metropolitano de Barcelona? ¿A que no?
Dejando a un lado a quienes utilizan a la Iglesia para sus propios intereses -Síndrome Federico- o para expandir sus propias convicciones Síndrome Abella-, lo peor de esta interpretación o tendencia es que humaniza a la Iglesia, eterno error sobre el Rein que no funciona con criterios humanos.
Por ejemplo, es lo mismo que ocurre al hablar de sacerdocio femenino. Algunos, incluso algunas, afirman que la Iglesia margina a la mujer por no permitirle el acceso al sacerdocio. Es cierto que la razón expuesta por la Iglesia es irrefutable; al ser humano, más grandioso, para quien esa misma Iglesia se sitúa como reina de los patriarcas, profetas y apóstoles, por encima de Ángeles y Arcángeles, el único ser humano libre de pecado original, la Madre del mismísimo Dios, Cristo no le ungió con el sacramento del orden, y por contra eligió a doce indocumentados, uno de ellos, según cuentan fuentes generalmente bien informadas, precursor de los curas progres.
Ese es el argumento mayor, porque va a la esencia de la cuestión, pero permítanme añadir el argumento de Carlos Abella. Quien reclama el acceso al sacerdocio como muestra de acceso a puestos de responsabilidad no ha entendido nada. Podemos bromear mucho cuando oímos que el sacerdocio no es un cargo, sino una carga, o cuando oímos que el Sumo Pontífice es Siervo de los siervos de Dios, pero lo malo es que ambas afirmaciones no son eufemismos, sino espantosas realidades (espantosas para el Papa, los obispos y los curas). No es que la Iglesia margine a la mujer, es que algunas mujeres y algunos varones no han entendido qué es la Iglesia. Personalmente, si alguien me viniese a decir que tomara los hábitos, de entrada, pensaría que no me quiere bien. Desde luego, le retiraría el saludo.
Eulogio López