Cada año, nuestro ayuntamiento adorna mi calle con luces laicas a pesar de que sea Navidad.
Desde noviembre, una secuencia de bombillas en forma de bolsas de la compra se bambolean por encima de las cabezas del vecindario cuando sopla el viento y secuestra las miradas de los viandantes como imponiendo a estas fechas un puro sentido de dispendio.
¿Qué debe pensar el homenajeado, el Dios que nació entonces para salvarnos y cuya onomástica dio lugar a la Navidad? La rememoración de su nacimiento ha sido sustituida por el afán de organizar, reunirse y comprar, su gesta y su mensaje por el de gasta y disfruta. A los parados, este enfoque laicista nos resulta una afrenta, pero nos consuela que el Jesús de Belén escogió la pobreza y el frío, sin renunciar al calor de un fuego mayor que el del establo: el de saberse amado por una familia y por unos lugareños que supieron reconocer, en la valiente humillación de un Dios, la verdadera riqueza del mundo.
Eva N Ferraz