Sólo puedo aplaudir a la gente de Derecho a Vivir: ¡Que tíos más grandes! Las que arman en defensa del no nacido.

Ya está bien de guerras civiles entre quienes defienden la vida. Si hay errores que sean corregidos con fraternal respeto, porque todos estamos en el mismo barco. Si esos son los partidos: Alternativa Española o Familia y Vida, el Foro de la Familia o Hazte Oír es lo de menos: estamos en el mismo barco. 

Digo esto cuando me temo que alguno anda un punto cabreados conmigo en Derecho a Vivir (DAV) por haberme opuesto a su idea de un referéndum sobre el aborto, pero con gusto aplaudo las marchas convocadas por ellos para el 7 de marzo. Discrepo porque el fin no justifica los medios y no se puede someter a un referéndum el derecho humano básico y fundamental. Es anterior a cualquier formulación política. Si son otros quienes convocan la consulta, los provida deben participar en ella por aquello de defender la vida en todos los escenarios. Pero la iniciativa debe salir de otros. También debemos actuar cuando el referéndum constituye la única forma de contrarrestar una ley homicida. No es el caso de España.

En cualquier caso, estos tipos -y tipas- están dispuestos -y dispuestas- a que les partan la cara por la vida. Por eso quisiera insistir en cómo terminará esta era del aborto, de ensañamiento con el más débil y de suicido de la civilización occidental. Terminará de repente, cuando millones de gargantas exclamen: Pero, ¿qué hemos hecho? Las leyes abortistas serán abolidas con la misma celeridad que, en una cascada de fichas de dominó, cayeron los regímenes comunistas tras el caso polaco y el derribo del muro: de repente. Entonces no habrá concesiones ni mal menor: sólo un pleno apoyo al no nacido y a la madre gestante.

Un escenario que incluso a muchos sinceros defensores de la vida le parece lejano o incuso utópico. Pero será así porque siempre ha sido así, siempre ha ocurrido lo mismo con las grandes aberraciones de la historia, piensen en cualquiera de ellas.

Y ocurrirá cuando llegue al poder alguien con la suficiente personalidad para olvidarse de abortitos y de la nefanda teoría del mal menor, alguien que aspire al bien posible. Aquí ocurre algo parecido a lo de los granes presidentes de banca o empresas. Cuando llega el nuevo, todo el personal se apunta al lugar común: No le dejarán pilotar la nave, la vieja guardia que estaba ligada a su predecesor pesa mucho. Lo cierto es que el novato tarda un mes en jubilar a esa vieja guardia e instalar a su gente... y nunca pasa nada.

Ahora mismo, España necesita un líder de esas características, es decir, un líder que no sea un cobarde.

Eulogio López

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