En cuanto surge una blasfemia pública hay dos reacciones igualmente nefastas: la de quienes afirman que no se debe denunciar (ni en la prensa ni ante los tribunales) porque eso es tanto como hacerles publicidad, y la de quienes afirman, circunspectos ellos, que un cristiano no puede responder airado a la ofensa: perdonar y olvidar.
Un periodista, amigo y argentino, me envía un sabroso artículo del diario La Nación, acerca de la reacción eclesiástica ante la exposición blasfema de León Ferrari, otro creativo al que como le ocurre a nuestros compatriotas Francisco Umbral, Pérez Reverte, etc., cuando no se les ocurre nada para llamar la atención, recurren a la blasfemia, que siempre enerva a alguien.
Para los partidarios de poner la otra mejilla, el articulista recuerda que una cosa es la ofensa privada (ante la que sí: hay que poner otra mejilla) y otra la ofensa pública, y no a uno, sino a Dios. Va cargado de razón: a fin de cuentas, tan evangélica es la otra mejilla como la promesa de Cristo de que a quien le negare delante de los hombres, Él también le negará delante de Su Padre. Y tan evangélica es la llamada al perdón hasta 70 veces 7 como el ¿hasta cuándo tendré que soportaros?. El mismo Cristo que se entrega inerme a la ejecución expulsa a los mercaderes del templo, haciendo de cuerdas un azote. Tan evangélico es que quien llamare a su hermano raca será reo ante el Sanedrín como el Id y decidle a esa raposa....
Como la batalla de hoy es la batalla de la blasfemia, con una porción significativa de la humanidad blasfemando el nombre de Dios, el asunto parece pertinente. Porque luego están los que consideran que lo mejor es callar... para no aumentar el efecto de la blasfemia. Ahora bien, ¿actuaríamos así en la vida pública ante un ataque similar contra la persona? Por ejemplo, ¿no haría usted algo por evitar que un hombre mate a otro? ¿No movería usted un dedo para evitar que un hombre viole a una mujer? A fin de cuentas, qué es una blasfema sino la violación del nombre mismo de Dios, aún más sagrado, y ya es decir, que las entrañas de una mujer.
No, a mí me parece que una cosa es poner la otra mejilla y otra bien distinta interponer la mejilla de Cristo como parapeto para no ser yo quien reciba los golpes o quien se vea obligado a pararlos. Máxime cuando no se está pidiendo que se responda a la blasfemia con violencia sino con la oración y la palabra, armas pacíficas donde las haya.
Eulogio López