Sr. Director:

Intento desentrañar, con la perplejidad habitual para estos casos, la página casi completa de sociedad del "Diario de Valencia" que Héctor González cede al Centro Islámico de Valencia para difundir sus argumentadas peticiones a la Administración Educativa, solicitando más aulas públicas para el adoctrinamiento religioso privado mahometano. El artículo en cuestión, incoloro, inodoro e insípido en su conjunto, como la más pura y cristalina de las aguas en un folleto turístico, está redactado con tanta imparcial diplomacia que, al terminar de leerlo, casi dan ganas de probar suerte en el derrotero ideológico que se describe. Y no es publicidad pagada, sino gratuita.

So capa de armiño y cordero, Ridha Elbarouni, presidente de la entidad, expone quejoso y cargado de razones, las exigencias insatisfechas del nutrido colectivo para poder atender específicamente, desde el punto de vista formativo, a los aproximadamente tres mil menores que han venido a crecer en un medio musulmán dentro de la Comunidad Valenciana: Dinero para tiza. Pero hay más de lo que se dice: lo que se oculta.

Desde el monopolio de la palabra, y entre la maraña de detalles accesorios, el portavoz autorizado de la institución olvida especialmente mencionar cómo el cien por cien de los pequeños varones que cae en manos de este piadoso entorno cultural, son mutilados en serie en sus genitales, entre los tres y los siete años, y cómo algo mucho más terrible ocurre con buena parte de las niñas. Y también se le olvida preguntar al respecto al buen Héctor. El estro de que "la letra con sangre entra" forma, precisamente, parte central de la misma espeluznante tradición islamista y, seguramente, dentro de poco se llegará a reclamar oficialmente, también, subvención de Sanidad para perpetrar estos sacrificios humanos tan familiares, presuntamente agradables a Dios, a sus profetas y a toda su corte angélica. Dinero para gasas, tijeras y tintura de yodo. Tierra, trágame.

José Francisco Sánchez

pppsanchez@yahoo.es