Estoy en desacuerdo con las tres reclamaciones. Insito en las palabra de quienes casi todos consideran como el ejecutivo bancario más capaz del momento: el criticado, por su elevado salario: Alfredo Sáenz: Llevó 40 años en este oficio y los 30 primeros nunca me preocupé por los recursos propios. Tenía toda la razón: lo que impone en el negocio bancario es la mora y la liquidez. La liquidez depende poco del banquero -al menos hasta la crisis-. Por tanto, lo que debería haber pedido Fainé a Zapatero es que luche para que los recursos propios no se conviertan en el instrumento del capitalismo financiero para imponer el modelo de sociedad anónima y el imperio de los mercados a todo el mundo.
Y aún más debería haberle pedido que no se grave, de forma caprichosa, la participación de las cajas de ahorros en industrias. Sin las cajas como accionistas de referencia de la industria, simplemente España se convierte en un páramo industrial. Por tanto, lo que tiene que pedirle Fainé a ZP es que influya en la esfera europea y en el BIS para revertir la doctrina del dichoso coeficiente de recursos propios y la despenalización de las participaciones industriales, porque para España es vital que las cajas de ahorros sigan siendo el núcleo duro de las grandes empresas estratégicas.
¿Nuevos instrumentos de capital? O sea, cuotas participativas. ¿Para qué? Todos sabemos que las acciones sin voto acabarán siendo acciones con voto.
¿Despolitizar las cajas de ahorros? Desde luego, pero para acentuar el espíritu mutual de las mismas, es decir, para quitarles el poder a los políticos y dárselo a los impositores, no para dárselo al Banco de España. Por mucho que le guste, el instituto inspector no tiene que decidir quién debe fusionarse con quién, está para otra cosa: está para inspeccionar las entidades. Es algo que todo el mundo entiende... con la excepción del actual gobernador del instituto supervisor, Miguel Ángel Fernández Ordóñez.
Insisto, las cajas no están mal -y no están tan mal como se dice- por ser cajas sino por comportarse como bancos de inversión. Las cajas no están mal por ser pequeñas sino por comportarse como grandes, especialmente por sus préstamos a promotores inmobiliarios jetas y por su tendencia al apalancamiento excesivo. Pero no por su naturaleza jurídica ni por su tamaño.
De hecho, La Caixa, que preside Isidro Fainé, es un buen ejemplo de ello: la ley catalana otorga más poder que otras normas regionales a las sociedades, uno de los mayores grupos industriales y aseguradores de España y, en principio, muchas ganas de seguir siendo caja.
Otra cosa es que Fainé atienda los requerimientos de Zapatero, MAFO y Rato, que pretenden reducir las actuales 45 cajas de ahorros a 20, más que nada para que Caixa y Caja Madrid se queden con el resto del negocio y para que los cajeros con espíritu bancario se forren con opciones sobre cuotas participativas. Rato sí tiene mucho que ganar en ese proceso; también Zapatero y MAFO, que conseguirían un oligopolio muy manejable, mucho más ideologizado, dicho sea de paso, que lo que hoy lo está con los caciques regionales. Ahora bien, Isidro Fainé no tiene nada que ganar en esta historia, que contradice todo su historial y la historia misma de La Caixa.
Eulogio López
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