Fue un momento emocionante. Vaporosas féminas se dejaban llevar por la luz del aire, aire acondicionado, naturalmente, del Palacio de La Moncloa ante los ovíparos ojos de Rodríguez Zapatero, cuya mirada piscícola seguía con atención las evoluciones de las bailarinas leves (y vaporosas, como creo haber dicho antes), mientras, a su lado, con mirada más depredadora que verde, el titular de Industria, José Montilla, quien parecía calcular a cuánto cotizaría aquel espectáculo andrógino en el nuevo mercado financiero de los derechos de emisión. Zapatero no. El presidente del Gobierno estaba en trance.
Era el estreno del Protocolo de Kioto, 24 horas después de que la ministra de Medio Ambiente, Cristina Narbona, recién convertida a la religión verde, nos explicara que la Manga del Mar Menor no podrá ser disfrutada por nuestros nietos, porque el calentamiento global del planeta se tragará esta región con todas sus urbanizaciones turísticas. Narbona, en pleno frenesí conservacionista, nos advierte: a esta humanidad le queda poco tiempo de vida. O como diría Pedro Duque: el sol se apagará en 3.000 millones de años. ¡Qué miedo!
Finalmente, y una vez que su titular de Medio Ambiente nos había emplazado para habitar en una cueva durante los próximos 200 años, con el fin de no desgastar a la madre Tierra, poderosa deidad, Zapatero, ya en trance verde, nos comunicó que era partidario de terminar con la energía nuclear. Y lo decía en el Salón de Columnas de Presidencia del Gobierno, en la ciudad de Madrid, bajo unas lámparas que alumbraban a los presentes, incluidas las vaporosas bailarinas... con energía nuclear procedente de las centrales de Trillo y Almaraz. O al menos, es muy probable, dado que bastante más del 50% del suministro eléctrico de Madrid procede de fuente nuclear. O sea, lo del enanito : En una habitación oscura encendimos una vela. El enanito tiró la vela y nos quedamos todos a oscuras.
Pero no seamos prosaicos. No hablemos de centrales, ni de derechos de emisión, ni de números: quédense con la idea, lírica idea, vaporosa si no recuerdo mal, de la entrada en vigor del Protocolo en el mismísimo centro del poder hispano, en el Palacio de La Moncloa, en una ceremonia lírica, que recordaba mucho a la adoración del Arca de la Esperanza en Nueva York, un nuevo arca promocionado por Naciones Unidas y por el que se pretendía lanzar una nueva religión global, que hermanara a toda la humanidad. Es una pena que Zapatero no haya hecho traer el arca del Nuevo Mundo, desde Nueva York, dentro del cual se encuentran La Carta de la Tierra (ese documento de la ONU que, según Mijail Gorvachov, iba a sustituir a los 10 mandamientos, centenares de libros histéricos y máscaras de la tierra, que fundan, como dicen sus promotores, el espacio sagrado, el círculo místico y cósmico para la paz y el entendimiento universal. Do you understand?
Pero aún sin Arca de la Esperanza (no confundir con la caduca Arca de la Alianza, por favor, no sean antiguos), la ceremonia monclovita quedó de cine. La Academia le habría dado un Goya al corto más hortera.
Miren, le puedo perdonar a la izquierda el resentimiento infinito que le alimenta, y que se ha convertido en la marca de fábrica del actual Gobierno de España (ya saben, de la derecha la soberbia y de la izquierda el rencor). Le puedo perdonar a Zapatero su masonería superficial en la teoría y muy profunda en la práctica. Pero, ¿es necesario que sea tan cursi?
Eulogio López