Considerando los feos que le hace Bush al pobre Zapatero (No te pases, George), se diría que el presidente del Gobierno español odia todo lo americano. Además, Estados Unidos, Bush, los neoconservadores, el antiprogresismo, el espíritu belicoso, el conflicto entre civilizaciones, la guerra todo aquello que, como es sabido, odia nuestro progresista presidente.
Pero no conviene llamarse a engaño. Lo cierto es que el progresismo europeo sigue donde estaba hace diez años: aborto libre y gratuito, y ahora ya podemos forrarnos de dinero. O bien, los curas constituyen la barrera hacia un futuro luminoso. Por lo demás, el sistema económico que pretende introducir en España el Gobierno socialista es, precisamente, el sistema norteamericano. Y lo hará, claro está, a través del diálogo social. Y las centrales sindicales Comisiones Obreras y UGT lo aceptarán, ya lo creo que sí. Porque los sindicatos de clase, nacidos del viejo marxismo, no defienden hoy sino a los viejos rockeros marxistas, es decir, a los trabajadores de antaño, los de las grandes cadenas de montaje, los nacidos, pongamos, en 1950, a lo sumo 60, los del trabajo para toda la vida, espíritu de funcionario y derechos adquiridos. Los jóvenes no interesan a los sindicatos, entre otras cosas porque suelen ser autónomos, ese híbrido entre empresario y asalariado, son cuenta-propistas, no tienen las ventajas de sus padres, saben que tener un puesto de trabajo o una máquina de facturar exige ofrecer al cliente un servicio y no esperan mucho en un Estado que saben no les va a dar nada, ni tan siquiera una pensión, porque la curva demográfica no lo permite. Por tanto, es lógico que los líderes de los sindicatos de clase, en España, Comisiones y UGT, acepten la flexibilidad laboral y un sistema económico agonizante: ellos se morirán con ese sistema, el que venga detrás que arree.
Ya se están calentando motores para implantar el estilo de vida americano. Por ejemplo, el Círculo de Empresarios, entidad que no se caracteriza por sus veleidades socialdemócratas, nos ha cantado las excelencias del sistema americano. Un sistema que consiste en lo siguiente: despido libre, escasas prestaciones sanitarias públicas, más horas de trabajo que el europeo, movilidad funcional y, sobre todo, movilidad geográfica, que es lo que nunca aceptará el europeo. Además, el norteamericano tiene menos vacaciones que el continental. Y, por supuesto, nos jubilamos antes que los gringos.
Pero los norteamericanos no son masoquistas. A cambio de todo lo anterior, en Estados Unidos se cobra más que en Europa, y sobre todo más que en España. Cobran más y producen más. El PIB per cápita norteamericano no ha dejado de distanciarse del europeo desde 1980, y la diferencia es cada vez mayor. Por eso, los economistas y políticos del Viejo Continente se relamen de gusto cuando miran las estadísticas norteamericanas y hasta la izquierda clásica observa con envidia los logros del otro lado del océano. Pedir trabajo en Estados Unidos no es pedir limosna, como ocurre por estos lares: allí se valora el trabajo. Los títulos universitarios cuestan ganarlos, pero el mercado laboral también se valora, y mucho. Hay menos burocracia, y el desarrollo de los fondos de pensiones (ojo, de los fondos de pensiones empresariales) es más claro y estos están ligados al mundo empresarial.
Los servicios básicos, por ejemplo, la comida, son más baratos que en Europa, probablemente porque los circuitos de destrucción no tienen cuellos de botella.
Para el empresario, los impuestos laborales son más bajos, aunque no así los impuestos directos. En definitiva, el estadounidense prefiere que le paguen en metálico y de las prestaciones que necesita para vivir ya se encarga él solito.
Por supuesto, lo que se pretende en la nueva ronda de diálogo social entre empresarios y sindicatos auspiciados por el Gobierno Zapatero no es otra cosa que el despido libre, o situarse lo más cerca posible del mismo. Lo malo es que, al parecer, los sindicatos continúan en el pasado, y pretenden aceptar ese algo parecido al despido libre (aunque no lo llamen así) no a cambio de mejores sueldos, sino del mantenimiento de las prestaciones públicas: subsidios por desempleo, etc. A eso, al subsidio público, base de tantas injusticias, es a lo que los sindicatos y el Gobierno Zapatero llaman progresismo. Subsidio público y sueldos bajos. No es el sistema de vida americano, de hecho, sólo se le parece en lo de despido libre, pero esta gran impostura progresista, asómbrese, se vende como el acabóse de la modernidad. Y todos nos lo tragamos sin rechistar, con más ingenuidad que inocencia y más comodidad que coraje.
Ahora bien, la adaptación del sistema de vida a la americana en España no es posible sin algunos ajustes. Verán: ese sistema ultraoceánico puede gustar o no gustar. A mí, personalmente, no me gusta, porque prefiero trabajar para vivir que vivir para trabajar. Pero no esa la cuestión. La cuestión es que todo sistema económico está montado sobre una sociedad dada. Y la diferencia más clara está en el índice de natalidad. Europa no tiene hijos y, por tanto, la población envejecida, lo que antes llamábamos clases pasivas, cada día exige más gastos: pensiones y sanidad, principalmente, que una población activa mínima no podrá soportar. Los demógrafos calculan que la tasa de dependencia será del 26% en 2010. Peor no se apuren: en 2050, será del 56%. Y hay una región en la Europa de los 25 donde las rentas pasivas ya superan a las activas. ¿Saben cuál es? Asturias.
Una vez más, llegamos a la misma conclusión: los problemas económicos siempre son problemas demográficos. Y la clave de toda injusticia social está en los salarios bajos, no en las prestaciones públicas gratuitas. El modelo americano no se impone al europeo porque los yankis sean más listos, sino porque son más jóvenes y porque valoran el trabajo, ergo, lo remuneran adecuadamente. Europa es una sociedad vieja, por eso se está convirtiendo en una sociedad pobre y mortecina. Eso sí, muy progresista.
Eulogio López