- A la petromonarquía le importa un pito el consumidor, encantado con que bajen los precios: quiere mandar con lo único que tiene.
- Su objetivo ahora es impedir que Irán resurja tras años de años de sanciones por su rebeldía atómica y recupere la cuota de 2011.
- Y eso, a costa de los desequilibrios económicos saudíes: el déficit público, paro juvenil o la maltratada mano de obra asiática.
- Tampoco se olvida del fracking, sobre todo de EEUU, rentable a precios más altos, y de Rusia, a la que también castiga.
- La sobreproducción saudí no tiene ninguna lógica económica con las expectativas de menor demanda y de ralentización global.
Arabia Saudí, primer productor de petróleo, y de cuyo mercado depende, a su vez, para mantener a flote su economía, ha tenido claro siempre que su enemigo político en Oriente Medio -la región más conflictiva del mundo- es Irán, de confesión chiita, no sunita. Y más desde que ese país ha vuelto al mercado, después de cuatro años de sanciones. Es lo que explica esta vez que la petromonarquía árabe, con el rey Salmán bin Abdulaziz (en la imagen) al frente, aumente su producción, a pesar de los bajos precios de barril, que sigue por debajo de los 50 dólares. A ese precio, no tiene ningún sentido económico contribuir más a la sobreproducción. Encajen ahí los dimes y diretes de la OPEP, que registró en julio un nivel récord de producción, a pesar de que la Agencia Internacional de la Energía (AIE) ha vuelto a revisar a la baja las expectativas de demanda de 2017. Ojo, otra muestra evidente ralentización global. Pero la política de máximo bombeo de Arabia (50.000 barriles más al día el mes pasado) tampoco se sostiene por sus desajustes económicos. El Gobierno está obligado a reducir el gasto público desde 2015 para ajustar su creciente déficit público. Es la razón por la que ha aumentado su presión sobre las constructoras, que dependen de los contratos públicos, lo que ha derivado en una mayor tensión en el colectivo de los inmigrantes. Si esas licitaciones decaen, las empresas no pueden pagar a los trabajadores extranjeros (sobre todo, indios y filipinos). Es el espejo del drama de un colectivo, de por sí explotado con sueldos miserables. ¿Qué teme Arabia? Que Irán recupere su poder en el mercado del petróleo. Ese es su objetivo prioritario, sin olvidar que tampoco le gusta un pelo la presión competitiva del fracking (fractura hidráulica), sobre todo de Estados Unidos. Irán redujo a la mitad sus exportaciones durante el periodo de sanciones por sus planes atómicos y aspira ahora a recuperar la cuota de mercado que tenía hace cinco años, contando para ello, también, con inversión directa extranjera para reconstruir las infraestructuras energéticas. Ahora bien, todos esos planes iraníes peligran con bajos precios del petróleo, sobre todo porque el coste de explotación es sustancialmente más caro que en Arabia (hasta dos veces más). De ahí el castigo saudí con el arma que controla, el crudo. El daño es también a Rusia, por esa misma razón y explica el acercamiento de Moscú a Teherán por este motivo. Dicho lo cual, es necesario volver a la situación interna de Arabia y hablar de la estrategia peligrosa de Arabia: tendrá que afrontar los problemas que ha ignorado durante años, como su elevado déficit público, su política fiscal -los saudíes viven en el mana del crudo-, la elevada tasa de paro entre los jóvenes o la fuerte dependencia de la mano de obra asiática. Pero en cualquier caso ahora le preocupa sobre todo que Irán no resurja, del mismo modo que en 2014 o 2015 le preocupaba especialmente la competencia del fracking, más rentable pero a precios más altos que los actuales, por el coste de las inversiones. El petróleo extraído en el desierto no tiene ese problema. Por ese motivo, el crudo, antaño a 100 dólares el barril se desplomó a 30, una espléndida noticia, dicho sea de paso, para países como España, tan dependientes energéticamente. Pero quédense con una idea: la guerra de precios seguirá, a pesar del frenazo de la demanda, porque a Arabia le importa un pito el consumidor occidental, lo que explica sus maniobras con lo que más tiene: petróleo. Y para OPEP, dicho sea también, el "problema de los precios" es más una cuestión de imagen que de compromiso. Arabia manda mucho y controla el cartel. Andrés Velázquez andres@hispanidad.com