Decíamos la semana pasada o mejor, decía el economista E. F. Schumacher, que "lo pequeño es hermoso". Ahora bien, si Schumacher está considerado el hombre que introdujo el distributismo de Chesterton e Hilaire Belloc en el ámbito académico no es menos cierto que existe una diferencia fundamental entre Chesterton y Schumacher: Chesterton busca lo pequeño porque es lo más justo y lo más propio del ser humano. Schumacher lo busca por eso, pero también porque lo pequeño, y en concreto la pequeña propiedad, es lo que puede salvar al planeta Tierra.

El anglo-alemán escribía su obra más conocida en los años setenta del pasado siglo, y la tensión nuclear le llevó al miedo telúrico del ecologismo, esa gran tontuna inventada por el progresismo postmoderno.

Además, Schumacher llegó a la cumbre en el proceso de identificar economía y justicia o, si lo prefieren, economía y moral. No hay ciencia económica sin ética, sin filosofía y sin teología.

Ejemplo. "Para un budista -nos informa Schumacher-, el empleo de la mujer a gran escala en fábricas y oficinas no deja de ser un signo de fracaso económico. Permitir que las madres de hijos pequeños trabajen en fábricas mientras los niños andan sueltos sería tan antieconómico a los ojos de un budista como para un economista occidental emplear como soldado a un obrero cualificado".

Lo pequeño también es hermoso en política. Asegura el anglo-alemán Schumacher que los países más prósperos del mundo son los más pequeños. Y tanto países como empresas grandes tienden a romperse en trozos, a federalizarse y a trocearse en empresas pequeñas. Necesitamos "unidades pequeñas", y la unidad económica más pequeña es la familia.

Otro sí: las macrourbes son el ejemplo del fracaso de los grandes, donde el ser humano vive esclavizado, aunque sólo sea por el tiempo que le roba su agenda. 

El 'saber cómo' no es una cultura, de la misma forma que un piano no es música
En cualquier caso, de Schumacher volvemos a Chesterton: la diferencia no está entre lo público y lo privado, entre capitalismo y socialismo, sino entre lo pequeño y lo grande, porque lo grande es ingobernable, una selva donde lo gigantesco ineficiente aplasta al eficiente pequeño.

Schumacher le da vueltas a la idolatría del gigantismo. Por ejemplo, en la obsesión por las grandes infraestructuras: una red de transporte estupenda convierte a los hombre en lo que no deben ser: viajeros permanentes.

Pero el gigantismo más peligroso es el que propicia que todo se subordine a la economía. Una economía que absorbe toda la vida moral y política, así como la diplomacia y la política exterior: "Por supuesto que no nos gusta tratar con esa gente pero como dependemos de ellos económicamente hay que complacerles". Aplíquenlo hoy, casi medio siglo después de 'Lo pequeño es hermoso' a China, las tiranías árabes o las barbaridades indias.

Otra idea clave de los distributistas que deberíamos aplicar hoy: "Es el hombre, no la naturaleza, quien aporta los recursos económicos".

Respecto al imperio de la economía como única ciencia aceptable en lugar de cómo lo que es: una disciplina secundaria que debe estar al servicio de la sabiduría, de la justicia. Y, además, una disciplina que tiende a entronizar la ingeniería: "El 'saber cómo' no es una cultura, de la misma forma que un piano no es música". O si lo prefieren "el árbol del conocimiento no es el árbol de la vida (Lord Byron)".

Háganme caso: desconfíen de lo grande.

Eulogio López

eulogio@hispanidad.com