Días atrás, la Iglesia celebraba la festividad de Marcelino y Pedro, mártires de Roma. Ya saben, los del canon largo de la misa: "admítenos en la asamblea de los santos apóstoles y mártires Juan el Bautista, Esteban, Matías y Bernabé, Ignacio, Alejandro, Marcelino y Pedro, Felicidad y Perpetua, Águeda, Lucía, Inés, Cecilia, Anastasia y la de todos los santos; y acéptanos en su compañía, no por nuestros méritos, sino conforme a tu bondad". 

Y esos dos mártires tienen su interés. Pues tienen su interés, y su actualidad, estos dos varones, porque Marcelino era cura y Pedro exorcista, dos profesiones muy de moda en un mundo como el del siglo XXI, donde vivimos entre demonios... no, no es una imagen, y necesitamos de presbíteros y de exorcistas.

Y también tienen interés por otros dos motivos. El primero, fueron martirizados durante la persecución de Diocleciano (siglos II y III) y sus noticias nos llegan por el Papa español San Dámaso (siglo IV). Sí, hablo del emperador Diocleciano, quien dirigió la mayor matanza contra los cristianos, muy superior a la de Nerón... porque era un gran emperador, no como Nerón, que era un cantamañanas. 

En la España católica muchos españoles están "muriendo como perros", sin el auxilio de los sacramentos, por falta de sacerdotes

Diocleciano no fue cruel con los cristianos porque sí, sino porque era un tipo lo suficientemente inteligente como para entender que aquel credo, que situaba al emperador como un hombre y que sólo admitía un único Dios invisible, Creador, Redentor y Padre, acabaría con el Imperio basado en la deificación del emperador. Sólo convirtiendo en dios al hombre se conseguiría afianzar su poder absoluto. 

Diocleciano, un tipo perspicaz, también se dio cuenta de que el Estado de derecho creado por Roma, otorga legitimidad a la autoridad pero no pasaba de ahí. Es decir, que por encima del emperador no sólo estaba Dios sino también la norma. Ahora bien, la ley no tiene porque ir paralela a la justicia, ni a la moral y no alcanza nunca el nivel de la caridad, del amor. 

En cualquier caso, Diocleciano persiguió a los cristianos con mucha más crueldad que Nerón. Por mucho más que inteligente era más consciente de lo que estaba en juego que el tonto de la lira.

Dos: a Marcelino y Pedro les obligaron a cavar sus tumbas,igualito que harían siglos después nazis y comunistas, antes de ser asesinados y no pusieron sobre sus tumbas, de hecho no hubo tumbas, ninguna señal. 

Y es que se trataba de matarles a ellos pero de matar también su memoria. Esto último no lo consiguieron gracias a los cristianos que se preocupaban de sus hermanos y, cuando el entorno político mejoró, recuperaron sus cadáveres y les dieron una sepultura cristiana y digna. El cuerpo siempre ha sido muy importante para los católicos.

Pero aún queda el principal punto de interés, hoy, en el siglo XXI, en el caso de la pareja de mártires.

Al tiempo, vivimos entre demonios, aunque muchos creyentes hayan decidido que la única manera de huir de los demonios es asegurar que no existen

Marcelino fue asesinado por sacerdote y resulta que en la España cristiana, la gente está muriendo hoy sin el auxilio de los sacramentos que sólo el sacerdote puede administrar... por la sencilla razón de que faltan curas. Es lo que en la antigua España cristiana se decía "morir como un perro".

El exorcismo vuelve a estar en la agenda de los obispos. Habían sido sencillamente olvidados y San Juan Pablo II les devolvió al proscenio de manos del famoso, y cachondísimo, exorcista romano Gabriel Amorth, un tipo al que merecía la pena conocer.

Porque negar la existencia del cáncer no es una buena forma de luchar contra el cáncer, negar la existencia de Satán, no es una buena idea. Sobre todo ahora mismo, cuando vivimos entre demonios, en la era de la blasfemia contra el Espíritu Santo, cuando el vicio se ha convertido en virtud y la virtud en vicio. 

Conviene repasar la vida del cura Marcelino y el exorcista Pedro. Muy instructivos.