Se respira un cierto ambiente de blasfemia forzada, es decir, de blasfemia contra el Espíritu Santo. Me explicaré.

Tras el asalto feminista a una de las capillas de la Universidad Complutense de Madrid (UCM) se están reproduciendo los robos Iglesias, entre los cuales, los más peligrosos son los hurtos de formas consagradas que, dado su nulo valor pecuniario, está claro que corre a cargo de satanistas, formen sectas organizadas o se dediquen a odiar a Cristo por libre-.

La agencia Aceprensa ha explicado mejor que nadie el falso debate sobre si debe o no haber capillas en las Universidades.

En efecto, en la Universidad se da cabida a todos, desde sociedades ecologistas, grupos políticos, asociaciones fotográficas, deportivas, fiestas de fomento de los alucinógenos, de fomento de las relaciones sexuales y bailongos varios. Lo único que no admite la progresía en la Universidad es que alguien rece.

Se cumple así la profecía de Chesterton sobre la libertad religiosa que, en la práctica quiere decir que se puede hablar de cualquier cosa menos de religión. Motivo por el que deberíamos hablar de libertad de culto, de libertad litúrgica o libertad de expresión religiosa. Rezar nadie puede impedírmelo, tampoco la más cruel de las dictaduras, pero es que yo no me conformo con rezar a escondidas, quiero expresar mi fe de la misma forma que un comunista o un capitalista expresan sus ideas, también en recintos universitarios o en la Puerta del Sol, si con ello no molesto a nadie, o al menos no interfiero más que lo que molesta o interfiere la fiesta de la bicicleta. ¿O es que no hay libertad de manifestación?

Pero volvamos con la blasfemia contra el Espíritu Santo, ésa que no se perdonará ni en este mundo ni en el otro. Se nos informa de una manifestación -un Jueves Santo para fastidiar un poco más- en apoyo a las "guarras sin fronteras" de la UCM. Antes, cuando alguien ofendía a los demás, hacía mutis por el foro o se recurría a las disculpas habituales: libertad de expresión, intolerable tiranía del injuriado, etc. Es decir, hemos pasado de la modernidad a la posmodernidad. La modernidad era relativismo: no me creo nada porque la verdad es inalcanzable. Traducido: blasfemo porque no me creo nada de lo que dice la Iglesia. Pero la posmodernidad es más agresiva: quiero destruir el cristianismo porque me molesta su propia existencia, o soporto ni a Cristo ni al cristiano. Por eso, no sólo digo que las guarras sin fronteras tenían derecho a manifestar su elegante postura de entrar a la fuerza en la capilla y exhibir los sostenes, sino que voy a hacerlo más veces y le animo a que lo hagan. La modernidad se conformaba con no ir al oratorio; la posmodernidad quiere destruir el oratorio. Hemos pasado del anticlericalismo a la cristofobia, aversión a Cristo y al cristiano. Y, lo más importante: el moral soy yo, que entro a la fuerza en un oratorio, el inmoral es el que reza en el oratorio.  

Una blasfemia es una ofensa a Dios y los cristianos, pero la blasfema contra el Espíritu Santo consiste en volver lo bueno malo y lo malo bueno. Está definido así en el evangelio: atribuir a Dios las obras del diablo y al diablo las obras de Dios.

No hay que extraerse, porque el paso de la modernidad a la postmodernidad es un proceso lógico y previsible. Sólo recordar que esta inversión de términos, conceptos, actitudes y normas, conlleva la pena anunciada: no se perdonará ni en este mundo ni en el otro.

Pero resulta muy ilustrativo sobre el momento actual. Y tengo para mí que quien no repare en el proceso que va desde la modernidad a la posmodernidad no entenderá nada. El moderno se conformaba con matar al obispo, el posmoderno quiere que le erijan obispo. Es muy distinto, aunque los dos confluyen en el mismo objetivo: liquidar a Cristo

Pero no se apuren: Dios no pierde batallas, ni contra modernos ni contra posmodernos.

Eulogio López

eulogio@hispanidad.com