San Isidro Labrador, patrón de Madrid y de los agricultores es uno de los santos más documentados que existen. Uno de esos canonizados que se lo ponen difícil a los cronistas progres que, en cuanto se echan un santo a la cara, si no pueden negar su existencia misma, enseguida apelan al concepto de "leyenda". Un concepto amplísimo, en el que cabe todo, también la negación de pruebas de veracidad que aceptaría sin dudar cualquier tribunal y donde todo se toma como una piadosa invención de viejas ignorantes.

Pues resulta que el patrón de Madrid está más que documentado y, encima, otra molestia para los 'Emilios Zolas' de turno, resulta que su cuerpo, 853 años de su muerte, permanece incorrupto.

Muchos ateíllos exigen que les demuestren los milagros: pues ahí tienen los cuerpos incorruptos de tantos santos, de los que la ciencia no ha podido dar explicación... aunque el éxito se espera a cada instante.

San Isidro es otro ejemplo viviente muy desagradable para la modernidad: representa aquella sociedad en la que varón y mujer trabajaban en casa y fuera de casa, porque hogar y trabajo eran una misma cosa y la 'conciliación' con la crianza se hacía... a domicilio

La incorruptibilidad del cuerpo es un milagro tan patente, tan cierto, tan demostrable... que los profesionales del racionalismo -ese movimiento tan escasamente racional- no se atreven a luchar contra él y se dedican a ignorarlo. Si quieres desmentir un fenómeno no argumentes en su contra: simplemente ignóralo.

Encima, San Isidro, patrón de la ciudad más grande de España, pero que antes que corte fue villa agrícola, casado con Santa María de la Cabeza, es otro ejemplo viviente muy desagradable para la modernidad: representa aquella sociedad en la que varón y mujer trabajaban en casa y fuera de casa, porque hogar y trabajo eran una misma cosa y la 'conciliación' con la crianza se hacía... a domicilio. 

La tontuna feminista de que la mujer se liberó del yugo del varón cuando empezó a trabajar fuera de casa, con un 'lavoro' remunerado, olvida la sociedad agrícola en la que marido y mujer criaban a su prole al tiempo que trabajaban, ambos en el hogar, porque su hogar era su propiedad, su empresa, su medio de vida y lo que les convertía en señores de sí mismos, tanto a él como a ella.

Desde luego que la llegada de la sociedad industrial, a través de la máquina de vapor, probablemente resultó tirando a inevitable pero el hecho de que las cosas sucedan no significa que sean buenas. Ahora bien, la industrialización acelerada y deshumanizadora, en ningún caso supuso la liberación de la mujer sino esclavitud de las féminas, que fueron aherrojadas en un doble y extenuante esfuerzo: el del hogar, que mantenían y el de la gran empresa que, por de pronto, les obligaba a moverse de un sitio a otro. En la sociedad agrícola la mujer era reina de su hogar, en las sociedades industriales y postindustriales son esclavas de un extraño adinerado o de un sistema público formado por extraños poderosos. 

Bueno, en el siglo XXI, la mujer ya cuenta con el consuelo de que también puede ser esclava de una jefa y recordar así el viejo refrán de la sabia sociedad campesina: "No sirvas a quien sirvió, que te hará pasar las penas que él (ella) pasó ". 

En el reino guerracivilista de taifas en que el malvado de ZP, el estafermo de Rajoy y el ególatra de Sánchez han convertido a España, Madrid emerge como un oasis de cordura, como lo más genuino que existe en el país. La España oficial ha convertido a Madrid en la única España real y resiliente que nos queda

Una última aportación, en esta festividad de San Isidro Labrador. La política Agraria Común (PAC) de la Unión Europea, una forma de proteger a los agricultores europeos, ciertamente se ha destacado como uno de los grandes creadores de miseria en el Tercer Mundo, que no puede competir con la agricultura subvencionada del Primer Mundo, y así, los aranceles de Donald Trump resultan mucho más justos que la PAC o que las 'leyes de granja' norteamericanas. 

Y una más: ¡Viva Madrid!, que se ha convertido en una isla de cordura en mitad de la chifladura. Lo digo yo, que no soy natural de Madrid sino asturiano, porque en el reino guerracivilista de taifas en que el malvado de ZP, el estafermo de Rajoy y el ególatra de Sánchez han convertido a España, Madrid emerge como un oasis de cordura, como lo más genuino que existe en el país. La España oficial ha convertido a Madrid en la única España real y resiliente que nos queda.

¡Viva San Isidro!