Como soy un humanista de muy alta categoría, cuando me enfrento a una pantalla de ordenador o a un móvil solicito socorro a algún 'millennial', no pasa nada porque haya nacido en 2000. 

Eso hice con motivo de una obsolescencia programadísima. La susodicha millennial, 25 años de edad, empezó a apretar botones y en cinco minutos el 'parato' funcionaba. Me lo comunicó con una de las interjecciones favoritas de la nueva generación:

-¡Ya está!

Entonces le devolví la pregunta del sabio humanista sesentón:

-Enséñame. ¿cómo lo has hecho?

A lo que respondió:

-No tengo ni idea de cómo lo he hecho. 

Sólo le faltó añadir: pero lo he hecho y tú no sabías hacerlo.

Ya he contado que en otra ocasión, en una de esa nuevas tiendas de fotografía donde te haces las fotos a tu gusto y medida, tuve que solicitar auxilio al dependiente, hombre talludito que tuvo la suficiente paciencia como para indicarme cómo debía hacerlo. A modo de disculpa, aseguré:

-La próxima vez consultaré a mi hijo.

A lo que me respondió... sabiamente:

-Su hijo se lo hará pero no le enseñará a hacerlo.

Y así, golpe a golpe, el destino -quien nace lechón, muere cochino- condujo a Eulogín el cavernícola por el camino de la modernidad y, poco a poco, me va haciendo entender eso que llaman pensamiento intuitivo, que viene a ser el acabose del pensamiento inductivo, el mismo tipo de pensamiento del que ya susurraba Hilaire Belloc que no era pensamiento en modo alguno, porque lo tenemos en común con los animales. Ellos también aprenden de la experiencia: gato escaldado del agua caliente, huye.

¡A ver si resulta que se nos hará necesario oponer ciencia a sabiduría! Espero que no, porque sería muy triste

A lo que estamos: la nueva generación, siguiendo la senda recta que nos indica el incomparable pensador Pedro Sánchez, el profeta de la digitalización con fondos europeos, incurre en el paradigma del siglo XXI. Ojo al dato: una cosa es saber hacer algo y otra bien distinta saber cómo se ha hecho. 

El pensamiento inductivo ahora bautizado por Apple como intuitivo, con el honesto fin de vender más móviles, no sabe que sabe, desconoce las causas últimas, que es lo que define a la filosofía y, en cualquier caso, no puede ser calificado como pensamiento en modo alguno. Pero es el que triunfa hoy en día. Su opuesto, el pensamiento deductivo, implica eso: no sólo saber hacer cosas sino saber cómo se hacen las cosas. Por eso la filosofía se define como la ciencia de las causas últimas a la luz de la razón. 

Y ahora demos el siguiente paso, que me parece el más preocupante. Desde que a finales del siglo XIX -el siglo XX y el XXI no son sino la consecuencia del XIX- se impuso el positivismo, la ciencia, toda ciencia, pasó a ser aquello que se hace con la materia, por lo que el factor inmaterial del hombre, el importante, el que ocupa a místicos, poetas, filósofos, psicólogos, literatos y padres de familia en general, acabó por ser un excipiente subjetivo de la razón. 

Traducido: las evidencias científicas que la progresía ha convertido en norma. En primer lugar, si es evidencia no es científica, si necesita de la ciencia es porque no es evidente. En segundo lugar, centrarnos en la ciencia empírica como única forma de conocimiento es centrarnos en aquello que se puede ver, medir y contar o pesar, una parte verdaderamente ínfima de la realidad. El mundo espiritual (he dicho espiritual, no religioso) queda fuera del conocimiento. 

Ni qué decir tiene -acuérdense del Covid- que, encima, la ciencia positiva falla más que una escopeta de feria, con lo que el hombre del siglo XXI no hace más que cosechar desilusiones y desesperanzas, pero no voy ahora a eso: voy a que con su adoración a la ciencia empírica, que sólo puede analizar lo material, el hombre del siglo XXI ha reducido su conocimiento a -voy a ser generoso- un 1% de la realidad.

Y los hay tan cretinos que, encima, luchan por llamarse científicos y se creen sabios. ¡A ver si resulta que se hará necesario oponer ciencia a sabiduría! Espero que no, porque sería muy triste.

Si sólo se estudia la materia, el Espíritu puro, o sea, Dios, queda fuera de las ecuaciones mentales del ser humano. Sólo decir que, en este caso, el que pierde no es Dios

Como colofón, otra consecuencia es que, si sólo se estudia la materia, el Espíritu puro, o sea, Dios, queda fuera de las ecuaciones mentales del ser humano. Sólo decir que, en este caso, el que pierde no es Dios.