Decíamos ayer, que Conchita González, una de las cuatro videntes a las que se aparecía la Virgen María en la aldea cántabra de San Sebastián de Garabandal, entre 1961 y 1965, aconsejaba no rezar el Ave María sino recitarlo, dirigido personalmente a la Madre de Dios, como si la tuvieras al lado y le hablaras personalmente. Un consejo que puede suponer todo un avance en la vida interior de cualquiera. 

Una conciencia bien formada no necesita que un verificador (relator, diría Pedro Sánchez) valore la verdad o falsedad de una revelación sobrenatural. Le basta su conciencia y su experiencia, adquirida en oración para determinar si está ante quien ha recibido la visita de la Virgen María o ante un iluminado chiflado 

Es curioso: el obispado de Santander, no hablo del actual, sino del obispo vigente en el momento de las apariciones y de alguno que le secundó, siempre se ha negado a reconocer la sobrenaturalidad de las apariciones marianas de Garabandal. Sin embargo, miren por dónde, Conchita González y sus tres compañeras encontraron apoyos donde no los buscaban y al más alto nivel. Primero, el del Papa Pablo VI, pontífice de la Iglesia entre 1963 y 1978; segundo, el de Teresa de Calcuta, amiga personal de Conchita González; tercero, el del asimismo canonizado padre Pío de la Pietralcina… y ahora, hasta el momento desconocido este punto para mí, añadan entre los seguidores de las apariciones de Garabandal al padre Esteban Gobbi

Ahí lo pueden ver, en medio de los tres sacerdotes, en mitad de Los Pinos, un lugar fundamental en la historia de Garabandal. Don Esteban también creía en la sobrenaturalidad de las apariciones de Garabandal. Y la cosa tiene su aquel, porque el padre Gobbi es el fundador del Movimiento Sacerdotal Mariano  (MSM) cuyo carisma les explico con la profundidad teológica propia de mi condición de periodista. El Padre Gobbi parecía español, aunque era italiano, de Lago Como. Digo que parecía español porque, para honrar a María, no necesitaba la aprobación expresa de la Jerarquía, que puede tardar décadas en llegar, sino su propio discernimiento para distinguir lo verdadero de lo falso.

Por cierto, el hecho extraordinario de Garabandal fue lo que llevó a Pablo VI a su revolución litúrgica de 1966, en materia de revelaciones privadas. Desde entonces, no le está prohibido a ningún católico acudir al lugar donde hayan acaecido algún tipo de revelación, aparición o locución, es decir, algo fuera de lo ordinario. Dicho de otro modo, es el discernimiento propio el que debe juzgar la veracidad de un suceso extraordinario. Así, desde ese mes de octubre de 1966 quien quiera creer en la sobrenaturalidad de las apariciones de la Virgen María a cuatro niñas de entre 9 y 11 años, que lo haga sin esperar el visto bueno de la Iglesia. En plata, que a quien le viniera en gana podía acudir a rezar en la aldea cántabra de montaña, ubicada cerca de la frontera con Asturias, sobre el valle del Nansa. Allí o a cualquier otro lugar. Insisto, toda una revolución litúrgica.

A la jerarquía eclesiástica le está ocurriendo lo mismo que al periodismo con la estafa reguladora de las ‘fake news’ que no persiguen los bulos, sino que censuran al disidente en nombre de lo políticamente correcto.  La Iglesia, o el católico,  no necesita de relatores externos para distinguir lo que viene de Dios y lo que viene de los hombres: le basta con su conciencia rectamente formada. Es la tesis que instauró Pablo VI y resulta estupendísima

Y ahora, la pregunta final: si Pablo VI, Teresa de Calcuta, el Padre Pío, el Padre Gobbi y otras personalidades de la Iglesia, creían en Garabandal, con el debido respeto, ¿quién es el obispo, o los obispos, de Santander para embestir contra los devotos de Garabandal y para maltratar de la forma canallesca en la que lo hicieron algunos a las niñas videntes? Insisto: es peligroso censurar a la Madre de Dios. Eso siempre tiene un coste.

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Con las revelaciones extraordinarias, a la Iglesia le está ocurriendo lo mismo que al periodismo con la estafa reguladora de las ‘Fake News’ que no persiguen los bulos, sino que censuran al disidente en nombre de lo políticamente correcto. La verdad o falsedad de una noticia viene marcada, antes que nada, por la coherencia interna del contenido y su correlación con el resto de la actualidad. El lector inteligente no necesita que Maldita o Newtral -don pingües negocios  para perseguir al discrepante- persigan al disidente en nombre de lo políticamente correcto, que suele estar, precisamente, en la antítesis de la verdad.

Del mismo modo, cuando se trata lo extraordinario, una conciencia bien formada no necesita que un verificador (relator, diría Pedro Sánchez) valore la verdad o falsedad de una revelación sobrenatural. Le basta su conciencia y su experiencia, adquirida en oración para determinar si está ante quien ha recibido la visita de la Virgen María o ante un iluminado chiflado.