Memoria democrática. Pedro Sánchez, vencedor del cadáver de Franco en la batalla de Cuelgamuros
Creer en Dios está mal visto en la Carrera de San Jerónimo, sede de la soberanía nacional. Si ya se trata de amor a Cristo entonces no es que esté mal visto, es que se ha convertido en un insulto a la democracia.
Sí, ya sé que lo que le ocurra a los 350 diputados le importa un pimiento a la mayoría de los españoles -esa mayoría que, según don Pedro Sánchez, es progresista- pero no deja de ser un buen reflejo de lo que ocurre en la nación.
'Si yo lo hago, es bueno'. Así es como el instinto se convierte en norma y la miseria privada en ley pública
Ya lo he dicho otra veces: el ateo es tonto. Y la clase política española está llena de tontos. El ateo teórico me recuerda la definición de Dios que ofrecía aquel socialista anticlerical que fue Víctor Hugo: El invisible evidente. Hugo era un tipo inteligente, por tanto, capaz de comprender que el mundo no puede explicarse sin su Creador. No creer en Dios no es ateísmo, es necedad. Otra cosa es que don Víctor odiara a la Iglesia.
Pero luego está lo otro, o el otro, la práctica cotidiana, el ateísmo práctico... asimismo ejemplificado en nuestro Congreso de los Diputados. Es ese ateísmo cotidiano al que los Padres de la Iglesia atacaban con más saña que al ateísmo teórico bajo este argumento: "quien rechaza la cruz de Cristo por fidelidad al Olimpo lo único que desea es impunidad para sus propios vicios", como recuerda Vittorio Messori en su libro entrevista Por qué creo.
Aquí se resume todo lo que estamos viviendo con, por ejemplo, el feminismo sanchista. Ejemplo: la banalización de la sexualidad por parte de la clase política socio-podemita en su vida privada provoca todas las leyes contra la vida y toda la ideología de género.
La espeluznante legislación abortera es consecuencia de la aberrante y vulgar vida sexual privada de los hacedores de esas normas
Que sí hombre que sí: que la actuación pública de nuestros hombres públicos no es sino un intento de justificar su vida privada, convirtiendo el pecado en virtud y, sobre todo, sus aberraciones privadas en legislación pública. Es el viejo principio de que 'si yo lo hago, es bueno'. Así es como el instinto se convierte en norma y la miseria privada en escuela pública.
Así que tampoco nos escandalicemos tanto por las aberraciones continuas que, por ejemplo, emanan del Ministerio de Igualdad de doña Irene Montero. No son más que los instintos más primarios de sus ocupantes llevados al Boletín Oficial del Estado. La vida racional consiste en que la teoría se convierta en práctica pero la labor legislativa en la España del siglo XXI es justo al revés: la práctica se convierte en teoría jurídica de obligado cumplimiento. Verbigracia: la espeluznante legislación abortera es consecuencia de la aberrante y vulgar vida sexual privada de los hacedores de esas normas.
¿El Sanchismo es una degeneración? Sí, pero una degeneración inductiva, no deductiva, es una justificación pública de mis vicios privados
Sí, hay que recrear la vida privada de los políticos, pero no hay que ser idiotas como para pensar que su acción política es producto de su reflexión teórica: no convierten la teoría en práctica sino su práctica en teoría... de cumplimiento obligatorio para todos los ciudadanos. Y luego, claro, lo de siempre: o se vive como se piensa o se acaba pensando como se vive.
Por tanto, ¿el Sanchismo es una degeneración? Sí, pero una degeneración inductiva, no deductiva, una justificación de mis propios vicios.
Por eso molesta tanto que la mera evocación de Dios se introduzca en el debate público. Porque Cristo no es un filósofo que interpela a la razón -eso viene después- es un padre que interpela al corazón. Ninguna otra doctrina exige un compromiso de vida... y esto resulta de lo más molesto.
En el resentimiento de la izquierda y en la cobardía de la derecha, con todas sus variantes, de vulgaridad, egolatría, cinismo y hasta cretinismo anida una sola cosa: la justificación de los propios vicios
En el resentimiento de la izquierda y en la cobardía de la derecha, con todas sus variantes, de vulgaridad, egolatría, cinismo y hasta cretinismo anida una sola cosa: la justificación de los propios vicios. Y si para ello -blasfemia contra el Espíritu Santo-, hay que convertir el vicio en virtud, pues lo imprimimos en el BOE y en paz.